Respiro de San Martín. Fiesta de la matanza del gocho, gorrino, puerco o cuto. A la puerta de casa, qué huela a cristiano viejo. A los conversos tras 1492 se les decía marranos por su antigua aversión al cerdo y comer torreznos con empacho. De la imagen se aprovechaba hasta los andares. La matanza de un cerdo bien cebado consistía en una juerga y exhibición pública de tocino. El último rito de este tipo que viví sucedió un sábado de brumario. Una mañana de anís y exhalar vaho para calentar las manos bajo un sol remolón. Idéntico espectáculo, ahora, haría vomitar a un animalista o vegano. Cuando llegamos al lugar, el primer cochino ya colgaba abierto en canal, listo para la provisión de morcillas, jamones, costillas y chorizos picantes que en moderno compramos envasados al vacío como si las chacinas crecieran sobre el plástico. Por aquel entonces veías a menudo los ojos y las patas de lo que te comías. Sin bandejas de poliespán. En la matanza de cerdo que le narro se elogiaba la afilada pericia del matarife en plan matador de toros. Se rememoraban anécdotas paradójicas, como la de un legendario del oficio que al jubilarse murió con la chaira, piedra de afilar, puesta. Al maestro le dio un infarto mientras su pupilo, no tan ducho, hundía el cuchillo en el cuello de la carne que estaba despachando. Murieron las criaturas sincronizadas, el matarife cesante y el animal. Pasaron ambos seres chillando a otra vida. Cosas de aquella patria no tan profunda, no tan lejana y menos hambrienta que desayunaba, almorzaba y cenaba con un atentado terrorista de ETA por la prensa, el telediario, o la radio. Hoy tenemos a los herederos políticos de esos destructivos amigos de España hincando el colmillo en los muy nutritivos Presupuestos Generales del Estado. En compañía de más separatistas que, de paso, también desean eliminar el español como lengua vehicular en todo el territorio nacional. Spanish Bombs cantaban The Clash por la época de aquellas matanzas en su celebérrimo disco London Calling. Vuelve el punk, insisto. Lo maquillan de política Sálvame: aparentemente cordial, pero destructiva y escandalosa. Nos lanzan señuelos para que entremos al trapo de la indignación y maniobremos con sentimientos encontrados. En resumen, nos distraen de lo que de verdad importa: reconstruir la salud, la convivencia y esta economía de lunes al sol, limpiamente sin sacar tajada.

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