Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
La esquina
El Partido Popular ha aprovechado la obscena Operación Limpieza de ETA expresamente planeada y buscada por Bildu en sus listas electorales para colocar a Pedro Sánchez ante el espejo de su contradicción fundamental y originaria: con quiénes está gobernando. ¿No ha querido el presidente protagonizar la campaña, desnaturalizar las elecciones autonómicas y locales, centrar el debate en su gestión personal y su diarrea de promesas más propias de las generales? Ya lo ha conseguido.
A su pesar, porque la agenda nacional no se puede marcar a voluntad, por decreto, ni siquiera desde Moncloa. Tú puedes empeñarte, con todos los resortes del poder, en que se hable sólo de la mejora de la economía y el escudo social y, sobre todo, de lo mucho que mejorará todo si te votan a ti cuando toque, que luego llegan tus socios preferentes de EH Bildu y pretenden hacer concejales a ex asesinos que dejaron de matar no porque se arrepintieran, sino porque fueron derrotados. No por convicción, sino por conveniencia.
Esta trampa de Arnaldo Otegi y demás podía haber sido desactivada fácilmente por Pedro Sánchez. Habría bastado con decir desde el primer minuto lo que tardó varios días en decir: es legal, pero no decente. En vez de escurrir el bulto y reorientar el problema hacia el malvado PP, que, cierto, lo ha manejado con el oportunismo de siempre, aunque no se lo ha inventado.
La blandenguería de Pedro con Arnaldo (en el pleno en el que se sumó al rechazo de la indecencia le reclamó seguir trabajando juntos) es un fruto tardío de la investidura del actual presidente. No fue entonces, con la euforia del gobierno de coalición y los pactos con toda suerte de nacionalismos, cuando Sánchez se entregó a estas alianzas con los socios más tóxicos. Fue más adelante, al percatarse de que no podrá seguir en La Moncloa otros cuatro años si no es con la colaboración estrecha de Yolanda Díaz –para él, Podemos es ya pasado– y la ayuda externa de Bildu y ERC, cuando hizo de la necesidad virtud. Ya dejó de considerarlos aliados convenientes, aunque molestos, para tratarlos como amigos imprescindibles para continuar gobernando.
De ahí vino todo. Los indultos, la sedición, la malversación, el grosero discurso anticapitalista, la ley del sólo sí es sí, las listas de Bildu... Sánchez no quiso escuchar a quienes le avisaban de las consecuencias inevitables de andar en malas compañías y no sabe que no pueden silenciarse por decreto.
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