Secesionismo postmoderno

14 de septiembre 2013 - 01:00

LA cifra de ciudadanos catalanes que se movilizaron en la Diada varía según quién lo cuente, lo cierto es que el seguimiento fue masivo. Claro que también es verdad que esta pacífica revolución secesionista fue convocada desde el poder gubernamental, con todo su eficaz aparato de propaganda de medios oficiales y oficialistas. Es como si De Gaulle hubiese organizado el Mayo del 68.

Ni los más españolistas pueden negar que el deseo de independizarse se ha disparado en Cataluña en el último lustro. Se ha expandido con la crisis, cuanto más decrecía el PIB español más crecía el secesionismo catalán . Se diría que este neo independentismo tiene más relación con el verano de 2007 que con el 11 de septiembre 1714 o con la caída de Lehman Brothers que con la llegada de Felipe V. Se fundamenta en razones prácticas, no en emociones o en la nostalgia indefinida de una arcadia perdida. Oyendo las opiniones de los manifestantes, el nuevo ideario catalán se resumiría en pagar menos impuestos, tener mejores servicios y no abonar peajes. Unos deseos tan normales como universales, sólo que otros carecemos de una causa independentista en la que volcar nuestro malestar y frustración por la crisis.

Para convivir en democracia debemos ser respetuosos con las opiniones de los demás. Claro que eso no las convierte a todas en respetables: la historia del siglo XX nos cuenta con detalle cómo el nacionalismo perdió toda respetabilidad. Pero aún peor que esa rancia ideología es ese frívolo neo secesionismo posmoderno que sostiene que mover las fronteras de un Estado -algo que a lo largo de la historia sólo ha producido guerra, sangre y desolación- es como una separación matrimonial. Como el marido que piensa en lo bien que estaría lejos del engorro de la mujer y los niños. Ya ha llegado la hora de separarnos de España, repetían los manifestantes, como quien confiesa a su pareja que cree que llevan demasiado tiempo juntos. Cada día son más los catalanes convencidos de que la independencia resolverá sus problemas, como hay quien cree que saliéndonos del euro viviremos mejor. Pero ni una cosa ni otra soporta el contraste con la realidad.

Ni el españolismo intransigente de Aznar, ni el relativismo de Zapatero, apelando a la democracia deliberativa, sirvieron para mitigar la inagotable codicia nacionalista. El problema no tendrá solución mientras haya en esos territorios unas élites cada día más irresponsables y un número cada vez mayor de ciudadanos que las secunden.

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