SI el PSOE se abstuviera para que el PP, como partido más votado, gobernara en minoría (porque esperar un pacto a la alemana, a la danesa, a la noruega o a la holandesa aún es casi impensable en nuestro país) habríamos dado un gran paso hacia la madurez democrática, superando que se consideren absolutamente inconciliables -enemigos en vez de opositores- el centro izquierda y el centro derecha, liberales y socialdemócratas. La tesis de que existen más afinidades entre la socialdemocracia y la extrema izquierda antisistema, que entre ella y el centro derecha, es falsa.
Siendo mucho lo que separa al PSOE y al PP como opciones centradas de derecha e izquierda, es aún mayor la distancia que separa al PSOE de Podemos, sus marcas blancas antisistemas, ERC o Bildu. La última escenificación de esta realidad ha sido la negativa de Podemos a suscribir el manifiesto por la defensa de la democracia en Venezuela, firmado por PP, PSOE, Ciudadanos, UPyD y PNV. La penúltima fue la negativa de Podemos a suscribir el pacto antiyihadista que firmaron PP, PSOE y Ciudadanos. La piel de cordero demócrata de Podemos mal esconde al lobo demagogo.
En las cuestiones capitales de la unidad de España, el refuerzo de nuestra posición en la Unión Europea o el terrorismo yihadista, PP, PSOE y Ciudadanos, no sólo deben entenderse, sino que están obligados a hacerlo por ese patriotismo no retórico que pone los grandes intereses nacionales por encima de las estrategias e intereses partidistas. En estas cuestiones PP, PSOE y Ciudadanos comparten posiciones que, aún con las lógicas y positivas diferencias que enriquecen la vida política, Podemos y otros partidos antisistema, radicales o separatistas rechazan frontalmente.
Costará trabajo superar ese tic posfranquista, torpemente revitalizado por Zapatero, que pone más énfasis en las palabras izquierda y derecha que en Constitución y democracia. Se logrará, seguro. Salvo que demos uno de esos bandazos que desde 1814 hasta 1977 nos han tenido tan entretenidos con absolutismos, pronunciamientos, revoluciones, dictaduras y breves períodos de frágil estabilidad democrática. Es difícil que esto vuelva a pasar en la Europa del siglo XXI. Pero no que emprendamos un descenso a la griega con Pablo Iglesias y los suyos como ascensoristas. Esperemos que el PSOE no se equivoque y que el PP dé más juego a políticos como Javier Maroto o Pablo Casado.
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