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SALVO por la fresca modernidad de los vientos atlánticos y del esqueleto urbano de su casco antiguo -rectilíneo, clásico, liberal-, Cádiz va a pueblo. A lo que nunca ha sido, porque ya los fenicios la fundaron como ciudad fortificada. Los únicos caballos fueron los de los cocheros; los únicos astados, los que se mataban en sus dos extintas plazas, y las únicas tierras, las de las macetas, así que libre de ganado y campo, nunca soportó las jerarquías rurales, las peores de todas. Pero, eso, ahora va a pueblo.
Hubo un tiempo en que esta ciudad atesoró un poder político a pesar de sus pequeñas dimensiones. Manuel Chaves residió allí, y siempre se quiso presentar por esta circunscripción; Luis Pizarro mandaba en Sevilla, como su primo Alfonso Perales en Madrid; Felipe González se comparaba una casa junto a la Alameda y su anterior esposa, Carmen Romero, diputada por Cádiz, lo convencía para que viajase a Nueva York a cogerle la manita a un moribundo Hasan II para que los pescadores de Barbate volvieran a faenar en el moro. En el PP, Antonio Sanz era el secretario general de su partido en Andalucía, y Javier Arenas era el pastor de las gaviotas. José Pedro Pérez Llorca llegó a ser ministro de la Transición y padre de la Constitución, y Rafael Román convirtió la Diputación de Cádiz en un centro de poder, desde donde se permitía hacer hasta política internacional con sus acercamientos a Gibraltar.
A algunos no le gustaba eso. Un concejal de Teófila Martínez, José Blas Fernández, criticó que el ex presidente del Gobierno se fuera a vivir a Cádiz, y a Chaves lo solían bronquear en los carnavales para satisfacción de los populares más incultos, aquellos que no hay que confundir con las estirpes conservadoras gaditanas, alejadas de las nuevas gaviotitas.
Así que con esta ciudad calmada, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, le ha colado a Teófila Martínez una zona franca fluvial en Sevilla sin ni siquiera hablar con ella. Me quedo sólo con el hecho, porque tampoco es para ponerse así. Las zonas francas tuvieron su sentido en un mundo dividido por aduanas; hoy, como se ha visto en la de Cádiz, son entes receptores de subvenciones y generadores de antieconomías. Sevilla no se va a salvar por su zona franca, pero el poder se ha desplazado. El PSOE gaditano, preso de este populismo huero y empobrecedor, ha llegado a declarar al comisario Joaquín Almunia persona non grata por lo de las multas a los armadores privados. Haciendo amigos. Carne para llorar en los carnavales.
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