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Congreso del PSOE: manual de resistencia
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De niño, su abuelo, que era militar leído, le aficionó a la lectura. Todos los domingos, tras la misa compraba cómics que él devoraba con pasión. Así se acostumbró a leer textos, al papel y a las portadas en tapa dura. En la adolescencia descubrió las novelas de aventuras y en la universidad devoró todos los clásicos. Mientras sus amigos se enamoraban unos, se aficionaban a un determinado club de fútbol otros, escuchaban a los Beatles todos; él viajaba por el mundo en compañía de Stevenson, Faulkner, Melville, Verne, o Conan Doyle. En opinión de su madre, pasaba demasiadas horas con la única compañía de los libros y debido a ello desarrolló un carácter tímido. "Le habría ido mejor, con más juegos compartidos en el patio y menos literatura", explicaba su madre a quienes preguntaban queriendo saber por qué su hijo mayor era el único soltero a sus 40 años, pese a ser catedrático de Literatura en un instituto y tener garantizada una vida tranquila para él y quien le acompañase.
Pero él eligió la compañía de los libros. Cuando llegó a su quinta década como habitante del planeta, las novelas comenzaron a interesarle cada vez menos ya que sus tramas siempre les recordaban a otras ya conocidas, y se inició, primero en los libros de Historia, y después en los ensayos de todo tipo. Sorprendido y maravillado, descubrió que la realidad siempre mejoraba a lo imaginado por los mejores escritores. Le pasó algo similar con la música. De joven le gustaba el pop. De adulto los cantautores con espíritu y actitud que buscaban explicarlo todo con tres acordes y en menos de cuatro minutos. Ya anciano sustituyó a Dylan por Bach y desde entonces ese es el único océano en el que nada. Cuando cumplió setenta años, sus amigos le regalaron un Atlas de Literatura Universal; varios ensayos sobre asuntos de actualidad política y diversos discos del compositor de las Variaciones Goldberg. Ajeno a la fiebre por las series televisivas, porque todas le resultaban predecibles; cuando vio al rey Juan Carlos llegar a Vigo, se dijo así mismo: ¡Por fin una buena historia! ¡Un gran personaje y unas tramas políticas y sentimentales capaces de dotar al drama de interés ! Necesitamos al Shakespeare que describió al Príncipe de Dinamarca con la calavera de Yorick en la mano. Con la historia de Juan Carlos, escribiría una obra inolvidable. Pero en tiempos en que la realidad se describe a golpe de tweets, a ver quién se atreve a escribir algo más que repetir el consabido "algo huele a podrido en Dinamarca".
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