Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
Es creíble que alguien se meta en una discoteca con una jeringuilla y se dedique a inyectar una sustancia aún no determinada en las chicas para obtener su sometimiento sexual? ¿Qué sustancia es esa? ¿Cómo se fabrica? ¿Cómo se consigue? ¿Y no resulta muy azaroso -por no decir descabellado- que alguien administre una inyección por vía subcutánea en medio de una aglomeración de gente que no para de moverse y de beber y de bailar? ¿Qué conocimientos específicos hacen falta para inocular esa sustancia? Todos los que hemos sido vacunados contra el Covid sabemos lo complicado que fue el proceso técnico de almacenamiento y transporte de las vacunas. Y si alguien ha visto a un yonqui metiéndose un chute, sabrá que hay que tener una mínima destreza que los yonquis obtienen por medio de la práctica (en muchos casos, a costa de su propia vida).
Digo esto porque la epidemia de pinchazos en las discotecas resulta cuando menos extraña si se trata de inyectar una droga -o lo que sea- que provoque la sumisión sexual de las mujeres. Repito que no sé muy bien qué clase de droga podría ser. Y más aún cuando sabemos que por las discotecas y los festivales circula la droga más poderosa que existe para obtener la anulación de la voluntad y el sometimiento sexual de una mujer. Me refiero, claro está, al alcohol, una droga que circula con toda normalidad y que resulta mucho más eficaz que todas las drogas sintéticas que podamos imaginar. ¿Quién querría inyectar una droga en una disco cuando la mayoría de chicas ya están sometidas a los efectos temibles del alcohol?
No soy detective -Dios me libre-, pero yo diría que esta oleada de pinchazos en las discotecas no tiene una motivación estrictamente sexual, sino que se trata más bien de una forma particularmente odiosa de agredir y vejar a las mujeres. Más que al deseo de obtener sexo fácil, esta conducta de unos tiparracos despreciables parece obedecer a la necesidad de humillar y asustar a las mujeres. Y lo peor de todo es que estos pinchazos con jeringuillas sucias pueden tener consecuencias muy peligrosas (la hepatitis B, sin ir más lejos). O sea que todo indica que la epidemia de pinchazos se debe a un juego perverso mucho más que al deseo de someter sexualmente a las pobres chicas agredidas. Vendría a ser un juego de idiotas, nada más, y esos idiotas deberían pagarlo caro. Muy caro.
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