José Fabio Rivas

Sonata de otoño

Mitologías Ciudadanas

13 de noviembre 2020 - 01:31

Llega el otoño y los árboles se van limpiando de hojas. Sentado en un sillón, tras la ventana, oteas el cielo y el mar, distantes, oscuros… Dicen que el tiempo va a cambiar (para peor). Triste sonata de otoño. Sientes rabia. Afuera la pandemia ha recobrado su no tan lejana contundencia. Incluso dicen que habrá más infectados y muertos que antes, más sufrimientos. Ensimismado, no piensas. El tañer de una campana, te aparta por un instante del embelesamiento, y entonces crees que, sin darte cuenta, has estado rumiando no sé qué ideas de destrucción contra el mundo y su gobierno, contra alguna mala gente. Ideas que te envilecen, como si lo pensado fuera fruto inteligente de tus cavilaciones, de tu conciencia… Pero no siempre es así. A veces, instintivamente, de manera inconsciente, algo en nuestro interior piensa por nosotros, por nuestros intereses más básicos, los que de forma elemental y furibunda nos garantiza la supervivencia. El estribillo de ese pensamiento siempre repite lo mismo: "Yo, mí, mío". Pero, afortunadamente, en nuestro ser también anida el niño que fuimos.

Somos y seguiremos siendo niños que simulan una adultez impostada, hasta el momento en que nos cierren los párpados definitivamente. En la profundidad de nuestro ser, pensamos, soñamos, amamos y nos equivocamos tal como hacen los niños. Salvaguardemos, pues, al niño que llevamos dentro, con la sabiduría que da (que debería dar) la adultez: la de reconocer que también el otro, incluso ese que un día nos birló la novia, es un niño, ya que el niño es la mejor versión que podemos dar de nosotros mismos, aunque a veces, frente a los envites infaustos y canallas del mundo y su gente, esa tarea resulte casi imposible. ¿Cuántos "niños" podrán sobrevivir tras esta pandemia, después de tanto sufrimiento, de tantas pérdidas, de la crisis económica y social, del cierre de esos pequeños negocios -una tienda, un bar, una peluquería…-, en los que se había puesto, además de los escasos ahorros, la ilusión y las ganas del niño que había en nosotros?

El niño es el sabio hedonista que vive la vida en toda su plenitud, con alegría, derrochando energía inútilmente, como si la muerte no existiera; el niño es saltarse las reglas de la lógica para habitar el mundo de la fantasía; el niño es el amor a lo justo; el niño es la ternura y la lealtad a las personas con las que hace vínculos; el niño es el juego y la generosidad. No ser niño, es estar ya muerto. El niño es el que se cuela por las grietas de la vida, aunque sean dolorosas, y pone en juego lo imprevisto, lo nuevo, lo generoso, la piedad y la identificación.

No hay proyecto de vida digno que no implique la salvaguarda del niño que todos llevamos dentro. Él es el mejor seguro frente a nuestra capacidad de destrucción. En fin, a pesar de los estragos de la pandemia, lo que aún nos queda por vivir -el porvenir puede ser muy largo-, no debe estar marcado por la reclusión del niño y su muerte por emparedamiento. Incluso esta maldita pandemia (que entre otras cosas, además de recluirnos, nos muestra que no somos reyes de la creación, ni reyes de nada, ni siquiera de nosotros mismos), será así más benévola. Es lo que el niño siente, mientras en la calle (y en su propio cuerpo) inexorablemente caen las ocres hojas del otoño.

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