Cuarto de Muestras

Sueñan lo que son

La izquierda no protesta porque haya ricos y pobres sino, precisamente, por quedarse sin ricos

He sobrevolado los artículos de los periódicos, el ruido de las tertulias, los discursos de los políticos de estos últimos días. En todos resuena aún la palabra "rico" como si fuese cordel de cometa que sirve a unos para volar el pandero de las desigualdades sociales y a otros para asegurarnos que, sin el aire vital del capital privado, la economía no puede sostenerse. Unos hablan de libertad de mercado y otros de traición al Estado. Unos de impuestos y otros de inseguridad jurídica. Parece lo mismo de siempre, pero no.

Algo ha cambiado en el discurso actual. La izquierda no protesta porque haya ricos y pobres sino, precisamente, por quedarse sin ricos, porque estos deciden volar más alto a cielos benévolos donde nunca falta la corriente propicia de los beneficios fiscales, el hilo fuerte de la protección al que genera riqueza y la mano siempre dispuesta a girar cuanto haga falta para adaptarse a las piruetas empresariales. La izquierda ya no demoniza el dinero privado sino al empresario que se marcha dejándole con sus disputas internas y con sus pobres indefensos que somos todos. A la protesta de la izquierda se une la no menos incomprensible alegría de unos pocos por ver sufrir al gobierno.

En todo esto ha habido una evolución. Primero eran malos los que habían heredado el dinero sin generarlo ellos mismos, después se volvieron malos los que eran capaces de generarlo, los empresarios por tener ánimo de lucro que es, precisamente, la finalidad de toda actividad empresarial. Ahora son malos, quién lo iba a decir, los que se marchan a aquellos países en que los empresarios no están demonizados y se consideran uno de los principales activos. Lo más curioso es que los políticos, con sus famosas puertas giratorias, tan pronto acaban sus carreras políticas, se incorporan a los consejos de administración de aquellas empresas que vienen demonizando pero de las que consiguen obtener unos sueldos escandalosos que no hubieran soñado ganar nunca en sus progresistas mentes.

Les leería a Segismundo para que tomaran la distancia precisa al dinero, a los ricos y a ellos mismos: Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza; sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.

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