En tránsito
Eduardo Jordá
Resurrección
De vez en cuando me ocurre. Y me encanta: una palabra o una frase habitual emerge ante ti con otra piel. Deconstruida. O con un disfraz que hasta entonces se había mostrado oculto. "Estoy sumamente enamorado". Era una frase lógica en el contexto de la conversación, sin resaltos ni badenes. Pero de pronto apareció en mi mente con otro pelaje. Emergiendo como un géiser con un nuevo orden: "Estoy suma mente enamorado". Y ahí comenzó a germinar la semilla de este artículo de opinión.
El adverbio sumamente se disgregó en mi cabeza para dar lugar a un nuevo proceso cognitivo: la asociación entre suma y mente. La unión de dos cerebros que se comparten. Dos mentes que deciden sumar la una a y en la otra. Y ahí radica gran parte del éxito en el amor, en esa fuerza que trasciende todas las drogas que suministra la atracción sexual (tristemente con su fecha de caducidad) y la rutina, que con el tiempo suele aparecer en las parejas con su guadaña para sumirlas en la hibernación.
La admiración es el salvoconducto de las relaciones a largo plazo. Cuando la pasión se apaga. Cuando los planes nuevos e ilusionantes ya no lo son tanto. Cuando los regalos ya no causan tanta sorpresa y empiezan a ser previsibles. Cuando los problemas o la erosión de nuestras facultades por culpa de la edad son cada vez más patentes, ahí está ella al rescate. La admiración, entendida siempre de manera bidireccional, porque si no es así también puede ser destructiva y tóxica, resulta un factor muy poderoso. Donde hay admiración, hay respeto. Hay sinergia y lazos fuertes de conexión. Su físico menguará, pero seguramente su mente, si se preocupa de cultivarla y trabajar con ella, se hará más fuerte. Así que el vínculo entre vosotros lo hará también. También evita que su hueco lo ocupen el desprecio, el resentimiento, la aversión o el odio.
La admiración, además, se contrapone a la idealización. Cuando idealizamos a la persona de la que nos enamoramos, la queremos hacer encajar en un traje ya creado en nuestra mente y en el que difícilmente entrará. Admirar va cosiendo un traje a medida de la otra persona. Le dejamos entrar en nuestro mundo de manera natural, con sus virtudes y defectos, sin que el amor ciegue la libertad de su derecho a fallar, a que muestre actitudes que no nos terminan de gustar, pero que no amenazan nuestra idea global.
La admiración es un canal de comunicación vivo. De hecho, también comporta un poderosísimo poder erótico; dos cerebros que se admiran crean una química que también sale a flote entre las sábanas, y coloca el sexo en un estrato superior. La pasión con que tu pareja vive su trabajo. La humildad ante las correcciones o para reconocer lo que no sabe. La manera en que educa a los hijos. Cómo vive con devoción sus hobbies, ya sea bailar, tocar un instrumento o disfrutar de la naturaleza. Su capacidad para aprender y hacer aprender. Su manera de apoyar a su gente o regar su autoestima. Su gusto por conocer nuevas cosas. Su habilidad para experimentar nuevas vivencias… Mientras otros creen que los músculos más fibrosos, las curvas más mareantes, los coches más pomposos o las billeteras más llenas son una gran fuente de deseo o atracción, esas maravillas diarias son las que mantienen en pie las relaciones y solidifican sus cimientos.
Y es altamente contagioso. Cuando uno se siente admirado, le puede llevar a hacer como a Jack Nicholson en Mejor Imposible, donde nos dejó una de las declaraciones de amor más bonitas y sanas de la historia del cine: "Tú me haces querer ser mejor persona". Así que un "te admiro" es más necesario que un "te quiero". Porque querer no implica admirar, pero admirar sí conlleva querer. Por eso te invito a estar suma-mente enamorado.
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