Postrimerías
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El domingo, a esa hora temprana cuando quien no ha podido largarse a la playa maldice desde los balcones abiertos estos primeros calores que nos asaltan como a traición, buscábamos mi amigo y yo desde San Ildefonso el rastro de la procesión de la cofradía sacramental de San Pedro como en el cuento de los hermanos Grimm, pero sustituyendo las miguitas de pan por pétalos de flores, atravesando bajo un sol todavía inofensivo esas calles con solera de nombres antiguos (Santa Ángela, Gerona, Misericordia, Amparo…) que parecen dejar a un lado su condición discreta del invierno para lucir relucientes en las mañanas limpias del verano.
Hay como un microuniverso interior en estas procesiones sencillas que van desde la Pascua al otoño, con sede en iglesias antiguas, que sin embargo cuentan con una notable y fiel clientela, sabedora de que muchas guardan historias y enseres que más quisieran otras, constituyendo auténticos tesoros que muy pocos conocen. Se las ve llegar de lejos con sus pocas insignias portadas por hermanos con medalla a los que reconocemos de año en año, sus cuadrillas de jóvenes acólitos que como si fueran en comisión de servicio portan los ciriales con la misma seriedad que cuando lo hacen en sus respectivas hermandades de penitencia, sus palios antiguos que apenas dejan ver el Santísimo abrazado por el párroco con su barroca capa bordada, y unos pocos músicos en mangas de camisa que cierran la comitiva tocando elegantes composiciones eucarísticas entre las que a veces se cuela, no todo puede ser perfecto, alguna intrusa en forma de marcha fúnebre.
La otra mañana, cuando veíamos alejarse calle arriba la procesión mientras, a nuestro lado, una ristra de turistas alemanes esperaba, entre sorprendidos y admirados, a que el Policía Local le dejara libre el paso para retomar su ruta ciclista con guía, comentábamos cómo la Ciudad ejerce aquí su papel de madre, estrechando pertenencias, y depara para los suyos estos momentos, únicos por exclusivos, en los que sólo hay que tener un poco de sensibilidad para apreciar el valor de las tradiciones en su mejor concepto. Y no encontrábamos muchos sitios en los que sin necesidad de afiliarse a nada ni pagar ningún precio, del sitio más inesperado te llegue esta rica conjunción de enseres, olores y música para hacer más amables estas mañanas, justo antes de volver y que nos caiga todo el fuego del infierno del verano.
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