Transvases

Hablar de una interacción global parece excesivo e inimaginable antes de la edad moderna

Sabemos o sabíamos mucho de la historia de Grecia y Roma, pero lo ignoramos casi todo de otras civilizaciones coetáneas, fundamentalmente asiáticas, que no habrían tenido evoluciones tan distintas ni del todo independientes, siendo la interrelación entre ellas -a partir de las conquistas de Alejandro, que ensancharon la tierra habitada también para los conquistados- mayor de lo que se ha creído. Es el caso de la India y China, que según avanzan los analistas internacionales están llamadas a ser protagonistas muy relevantes en las próximas décadas, por encima de los entornos más conocidos de la ribera sur del Mediterráneo, el próximo y el medio Oriente o el Asia central, donde confluían los imperios y los pueblos nómadas -hasta Bactria llegó la penetración helenística- que ejercían sobre aquellos una presión constante. Frente a la imagen que presenta los respectivos dominios como compartimentos estancos, algunos historiadores sugieren una porosidad ejemplificada en itinerarios concretos -por ejemplo el del griego Megástenes en el s. III a.C., que visitó la corte de Chandragupta en Pataliputra y relató el primero, entre los occidentales, sus impresiones directas de la India- o transvases culturales que fueron especialmente fecundos en el plano religioso, como habrían demostrado el triunfo de una desviación del judaísmo en los inmensos territorios sometidos a la influencia romana o la extensión del credo budista en amplias zonas de Oriente. Hubo otros mares, otras gentes, otras lenguas en el periodo que llamamos clásico, en exceso delimitado por una atención parcial que no capta la complejidad del conjunto, del que forman parte las dinastías Zhou, Qin o Han, la Maurya a la que pertenecía el anfitrión de Megástenes o la Gupta que favoreció la extensión del hinduismo. Conviene abrir el campo para superar el esquema eurocéntrico, pero no hasta el punto de postular unos remotos e improbables antecedentes de la globalización, pues las conexiones que podrían aducirse -sobre todo comerciales, a través de las tempranas rutas de la seda- no pasan de episódicas y por otra parte los paralelismos, aunque sugerentes, no dejan de ser forzados. Es indudable que la India o China, culturas milenarias con un alto grado de autoconciencia, alumbraron cosmovisiones propias y que algo de estas llegó a Occidente, pero de hecho la segunda apenas salió de su aislamiento y las noticias que de ella se tenían en Europa seguían siendo fabulosas en tiempos de Marco Polo. Hubo intercambios de ideas, conocimientos y creencias que merece la pena rastrear, pero hablar de una interacción global parece excesivo e inimaginable antes de la edad moderna.

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