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Luis Chacón

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LA VIGENCIA DEL MAESTRO FORD

Plano, contraplano y el horizonte. Una naturalidad que Truffaut definió como “puesta en escena invisible”

Hace medio siglo, el cine despedía a uno de sus grandes genios. Cuentan que en su funeral sonó Greensleeves y que alguien dijo que más que llorar por el viejo Ford, deberíamos hacerlo por quienes lo habíamos perdido para siempre. Aquel yanqui de Maine llevaba marcado en el alma el lirismo y la nostalgia irlandesa de sus ancestros y así lo plasmó en su cine. Una obra monumental, objeto de sesudos análisis intelectuales de los que el maestro siempre renegó. John Ford, además de presentarse como un tipo que hacía westerns, se sabía un artesano que creía firmemente en la sencillez del lenguaje cinematográfico. Plano, contraplano y el horizonte. Una naturalidad que Truffaut definió como “puesta en escena invisible”.

El cine de Ford, que se hizo grande en el mudo, no requiere excesos. Le basta con mostrar miradas, sonrisas, gestos y silencios. Rostros que lo dicen todo. Imágenes que dibujan estados del alma. Sus planos fijos casi sin movimientos de cámara son, hoy más que nunca, una magistral lección de cine. Dicen que es complejo clasificar su obra, pero a los amantes del cine nos resulta muy sencillo reconocer sus películas. Porque su cine es emocional y profundamente poético. No nos plantea complejas tramas, ni pretende filosofar o catequizar, ni ofrecer al público una mera evasión insustancial. Ford es el Homero del cine clásico. Como señaló Orson Welles, su cine está hecho de la misma materia que la tierra. Nos acerca a personas como nosotros, nos habla de la familia, el hogar y la comunidad. Sus historias combinan intensas emociones con personalísimos toques de humor y se recrean en valores tradicionales como la amistad, la camaradería, la lealtad y el patriotismo. Pero no los presenta como algo vano y caduco, sino vivo y permanente. Recordando a Chesterton, nos muestra que la tradición es la transmisión del fuego y no la adoración de las cenizas.

Ford es un clásico. Y no hay nadie más moderno que un clásico. Ninguna persona culta trataría a Mozart, Cervantes o Shakespeare como antiguos. A Ford le ocurre igual. Su obra siempre es novedosa porque trata del ser humano, de sus emociones, ambiciones, ilusiones y anhelos. Nada conozco más devastador que Las uvas de la ira, más optimista que El hombre tranquilo, más demoledor que ¡Qué verde era mi valle!, ni más clarividente que El hombre que mató a Liberty Valance: “Si la leyenda se convierte en hecho, publica la leyenda”.

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