Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
En tránsito
El otro día, en la presentación de su extraordinario La hora del lobo -uno de los mejores libros de poemas que he leído en mucho tiempo-, José Mateos nos recitó una antigua copla flamenca (una carcelera, en realidad) que le había oído cantar a un gitanillo de la Alameda de Sevilla, el Chocolate, uno de tantos que se perdió en los años de la Transición a cuenta de las drogas y la mala vida: "Veinticinco calabozos/ tiene la cárcel de Utrera;/ veinticuatro llevo andados,/ el más oscuro me queda". Me pregunto si es posible encontrar una fórmula poética -o lingüística, si a eso vamos- que diga tantas cosas con tan pocos elementos y que exprese la angustia de la vida con tanta intensidad y con tanto dramatismo.
Nadie sabe quién compuso esta carcelera, y quizá fueron varias personas porque los cantes flamencos -como el blues, como los romances de ciego- fueron creaciones colectivas que iban pasando de mano en mano y de garganta en garganta sin que nadie supiera de dónde venían. Hasta que un buen día alguien las cantaba en un disco o las anotaba en una servilleta de papel con cuatros palotes casi ilegibles, y a partir de ese momento la letra quedaba fijada para siempre, con esa perfección natural que tienen los cantos rodados -duros y al mismo tiempo agradables al tacto- que nos encontramos a la orilla del mar. Me gustaría saber si el simpático Gpt4 -el robot lingüístico que es capaz de hablar y de contar historias- podría componer una carcelera tan perfecta como ésta que cantaba hace siglos el Chocolate. ¿Qué sabrá el buen Chat GPT-4 de los calabozos de la cárcel de Utrera? Y sobre todo, ¿qué sabrá de ese último calabozo, el más oscuro, el que a todos nos espera?
Me he acordado de ese cante del Chocolate al enterarme de que un activista de una organización inverosímil -pero sin embargo real- había intentado interrumpir una procesión en Sevilla en protesta por la crueldad innecesaria que exhiben las imágenes religiosas. ¿Crueldad innecesaria? Hombre, sí, es cierto que en la Semana Santa vemos prendimientos, torturas y crucifixiones, pero también vemos piedad, llanto, dolor, lágrimas. Y belleza, mucha belleza (y lo dice alguien que no tiene ningún aprecio especial por la Semana Santa). ¿En qué mundo se cree que vive este buen activista? ¿No sabe, el pobre, cuántos calabozos hay en la cárcel de Utrera?
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