Violencia escolar

No es permisible consentir un uso irracional de la fuerza como medio de resolución de conflictos escolares

Define la OMS la violencia como "el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo que cause o tenga probabilidad de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones". Su aumento en los colegios es innegable, espejo de nuestra sociedad. Patrones cambiantes en la familia, roles agresivos que no se interiorizan como formas violentas, acceso a sustancias que deterioran conciencia y voluntad de los menores; en definitiva, y salvando distancias, circunstancias que obstaculizan los procesos de maduración y la auctoritas del profesorado. Nada nuevo. Pero llaman la atención formas violentas que se manifiestan en edades más tempranas, lo que conduce a interesarnos en profundidad sobre la violencia, su prevención y atención. No es permisible consentir un uso irracional de la fuerza como medio de resolución de conflictos escolares; o medios de comunicación, videojuegos, prácticas deportivas, etc. que plantean usos violentos en justificación del fin perseguido. Proponen una peligrosa relación jerarquizada a la que no prestamos atención en el entorno familiar o educativo, limitando nuestra atención sólo a procesos de aprendizaje y conocimientos, despreciando elementos esenciales en su ámbito formativo de los que dependerá su integración social.

Es cierto que se han propuesto diversas medidas para atajar el desmedido aumento de formas violentas. Es cierto que la batería de soluciones es variopinta: mayor formación del cuerpo docente, reorientación afectiva y psicológica, procesos sancionadores, etc. Uno, profano, nunca podría decir que no sea el camino, pero sí afirmar que su aplicación no ha producido las deseadas consecuencias, si no erradicadoras, sí al menos minimizadoras. Me atrevo a sugerir la complementariedad de procesos que coadyuven a eliminar la violencia en nuestras aulas: la colaboración e integración de las familias en los centros. Creo que la única realidad por descubrir es aquélla donde logremos desarrollar (no como relación jerarquizada o instrumental), formas globalizadas de maduración afectiva en la escuela, donde las asociaciones de padres abandonen el papel residual ejercido hasta ahora y la comunidad educativa proponga de manera normalizada propuestas, actividades, encuentros sistemáticos y predefinidos donde progrese la idea de común participación efectiva, globalizada y sin fisuras que avance la maduración, intelectual y psicológica, de nuestros hijos.

No pudimos con el despropósito de medios de comunicación. No tuvimos fuerzas para desterrar elementos que atraen violencia y desigualdad. Llega el momento de encontrarnos en la unión escuela-familia, proponiendo imágenes de complementariedad y comunidad. Los padres no son el problema. A menor implicación, mayor fragmentación, violencia y desencuentros en nuestras aulas. El colegio debe tomar cartas en el asunto y propiciar el encuentro. Aunque por desgracia, las cifras no engañan, el asociacionismo se muestra en franca decadencia. No nos quejemos cuando no haya solución.

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