Tardaremos en olvidar el número 34. Era el que repetía un niño, afirmando que se sabía el teléfono de su tío, mientras otro decía con insistencia "papá, papá", a la par que se escuchaban llantos. Habían sido apartados de sus familias por obra y gracia de la política de Trump, quien el miércoles firmó una orden para que no los separaran. De todas formas, los 2.300 menores de edad en esa situación no se reagruparán de manera inmediata. Seguirán entre alambradas y rejas. La grabación es sobrecogedora. No sería de extrañar que hubiera un plan preconcebido. Primero, asustar y, luego, dar imagen de magnanimidad y comprensión.
Siendo preocupantes estas decisiones lo es más el que exista un buen número de personas que las apoyen. El citado presidente sigue siendo valorado por muchos estadounidenses. En cualquier sociedad hay gente inhumana y es imposible conseguir que todos sus miembros se comporten siempre con raciocinio y ética, pero cuando determinados personajes insensibles están tan arropados es signo inequívoco de que algo está enfermo, más allá de lo puramente anecdótico. Y esto se está convirtiendo en un hecho que desborda fronteras concretas. Para colmo, se está produciendo en países de los que se esperan otras trayectorias. Valgan algunos ejemplos. La Liga Norte -del que es representante el ministro italiano Salvini, quien se opuso al desembarco en Italia de los rescatados por el Aquarius- ha crecido en intención del voto. Por otro lado, en Hungría, su parlamento ha aprobado una reforma de la Constitución que criminaliza a quienes ayuden a migrantes irregulares, con penas que pueden llegar a un año de cárcel. Por su parte, la canciller alemana Merkel se las está viendo y deseando para solucionar el acuerdo con sus socios de la CSU, quienes exigen un endurecimiento de la política migratoria, en un intento de frenar el ascenso de los ultraderechistas xenófobos de Alternativa para Alemania. ¿Podemos negar que algún día no adquieran peso en España grupos similares? No podemos, a pesar de esas supuestas muestras de solidaridad que nos adjudicamos.
La migración es un auténtico problema humano, económico y social, pero las soluciones que se buscan van siempre en la línea de ver qué se hace con los que llegan a los países desarrollados, nunca o muy pocas veces en cambiar las condiciones por las cuales esas personas se ven obligadas a irse de sus lugares de origen, que sería lo verdaderamente importante. ¿Cómo denominaríamos esto? ¿Puro egoísmo? Pues, tal vez.
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