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Ignacio F. Garmendia
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Al andaluz se la súan tanto las bromas de TV3, que tiene la gracia donde las avispas, o sea, en el culo (según mi tita María), como la defensa, en el mismo tono desagradable, que Carlos Herrera hizo de nuestro dialecto, llamando hijos de puta a los cómicos del canal autonómico. Porque el enemigo principal del andaluz no es otro que su propio padre, el castellano que, originariamente, era un dialecto histórico del latín, como el leonés, el aragonés, el francés o el italiano. El andaluz es una hermosa 'lengua oral', sin cultivo literario significativo. Pero, a belleza, no le gana nadie. Sus obras se vienen transmitiendo, de boca en boca, de generación en generación. Son las recetas de cocina, el nombre de las plantas, del arado, de las yerbas curativas. Son canciones, romances, jaculatorias, sentencias o los 'peos de lumbre', a los que algunos llaman refranes o consejas que las viejas cuenta junto a la lumbre. Fue un andaluz, precisamente, el que le asestó el primer golpe, Antonio de Nebrija, un gramático, al que sus compañeros de profesión acusaron de empañar la 'polideza' de nuestra lengua porque iba por las calles de Lebrija preguntando a la gente por el nombre de la mejorana o del tomillo salsero o el del jinjolero para incluirlos en su Diccionario (1492). Pero luego, el muy traidor, también redactó la primera Gramática Castellana con la que se comenzó a fijar, a limpiar y a dar esplendor a esta variante del latín. Mientras que uno de sus dialectos, el andaluz, sin gramática que lo fijase, sin maestrillos que lo limpiasen de imaginativas salidas de la norma y de malos usos, y sin literatura que le diera esplendor, quedó condenado a una oralidad brillante, al principio, pero que se fue apagando con el paso de los años, pese a ofrecer las soluciones evolutivas del castellano más avanzadas. Y luego el castellano se convirtió en la lengua del imperio y a Carlos V le dio por hablarlo incluso delante del papa. Y el puto Quevedo y el solitario Góngora y el loco de Cervantes, se pusieron a escribir en castellano como locos. Pardo Bazán, Neruda, Borges, Cortázar, García Lorca, Ortega y Gasset, Carmen Laforet completaron la fatal tarea. Sobre las ruinas del andaluz, construyeron un prodigioso castillo de palabras. Si el andaluz muere, no será de risa, lo hará de inanición. A manos de su padre.
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