Magdalena Trillo

De ángeles y de 'bestas'

La colmena

No se pierdan la película de Sorogoyen. En el cine, para notar cómo el espectador de al lado contiene la respiración

28 de diciembre 2022 - 01:33

He perdido las veces que he deseado este año "Feliz Navidad". Lo decimos todos sin pensar con el mismo automatismo con que brindaremos este sábado por el Año Nuevo. "Feliz", por supuesto. Me extraña que no hayan diseñado ya una aplicación inteligente que mida nuestra felicidad en tiempo real. Como las que ya fotografían nuestro bienestar emocional. Todo muy cool.

Víctor Amat se atreve con el síndrome Mr. Wonderful en su nuevo libro: Psicología punk. Contra el pensamiento positivo y naif. El psicólogo critica el boom de libros de autoayuda y, aunque dice que no quiere dar "consejitos", lo hace. Eso sí, a contracorriente: que "la vida no está hecha para que seamos felices", que no todo "podemos conseguirlo si nos esforzamos"... Cuántos de estos anhelos no hacen sino justificar el status quo; que trabajemos mucho y nos quejemos poco. Cuántas de estas promesas no estarán detrás de la tristeza y abatimiento a la que lleva, paradójicamente, la carrera por ser feliz.

Porque ser feliz es un "derecho". Y en el afán de conseguirlo, de preservarlo, de no vernos fracasados, se nos va muchas veces la vida. Me contaban justo ayer que un chaval de 32 años,en la resaca de la Navidad, se tiró por la ventana de un noveno piso. Se suicidó. No dejo de pensar si fue la mochila de la obligada felicidad la que se volvió amargamente insoportable. De preguntarme, estos días maquillados de luces de neón, a quién ayudamos sufriéndolo a escondidas y diluyéndolo en las gélidas estadísticas que no dejan de crecer.

Ser feliz parece un derecho tan escurridizo y controvertido, tan socialmente fabricado y estereotipado, como el que utiliza Rodrigo Sorogoyen para sacudirnos con As Bestas. Espero que arrase en los Goya.

No destripo la película (véanla, en el cine, conteniendo la respiración) pero permítanme que les hable de amor, de convicciones y de bondad. Nunca he creído en los ángeles de la Navidad pero tal vez fuera porque no supe bien de qué se trataba. De camino a la Subbética para Nochebuena, se nos pinchó una rueda en la A-92 y nos apartamos donde pudimos para intentar cambiarla. Nos salvó José Antonio, de Láchar, no los tutoriales de Youtube. ¡Y en la calle Paraíso! Se tiró al suelo, se ensució las manos y nos ofreció su pericia y su tiempo. Le pedimos su dirección para enviarle algún detalle pero fue él quien nos hizo el regalo: "Me siento feliz por saber que he podido ayudar". Sin pontificar. Sin dar lecciones. Sin esperar nada a cambio en estos tiempos locos de ángeles y de bestas.

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