El año de los Pablos

En 1973 los tres Pablos más geniales de la cultura hispana se nos fueron para siempre: Picasso, Neruda y Casals

En 1973, hace exactamente cincuenta años, los tres Pablos más geniales de la cultura hispana se nos fueron para siempre. Nos quedaron otros Pablos estupendos, alguno aún no había nacido y otro por aquella época andaba militando en construir la democracia y haciendo sus primeras fotos, el excepcional fotógrafo Pablo Juliá que nos retrata el tiempo y las conciencias. Pero ese año las letras, el arte y la música perdieron a tres hombres que compartían nombre y genialidad.

Pablo Picasso murió el 8 de abril, en su exilio francés de Mouguins, donde vivía como exitoso exiliado que recibía vistas de españoles. Su nombre internacional era tan importante que hasta en las aulas franquistas se le estudiaba, sin que faltara quien lo calificara de “arte degenerado” a la manera de Goebbels. El 23 de septiembre, pocos días después del golpe de Pinochet contra Allende –con inestimable protagonismo de la CIA– fallecía en el “Santiago ensangrentado”, el poeta Pablo Neruda, según la versión oficial de cáncer de próstata, aunque hay quien sostiene que fue envenenado en el hospital donde estaba ingresado. Cierto o no, Neruda era una presencia insoportable para una dictadura que en esa misma fecha había asesinado a Víctor Jara. Tanto en el caso de Neruda (puedo decir los versos más tristes esta noche) como el del autor del Guernica, sus biografías han resultado incómodas, nada ejemplares o muestras de lo que Octavio Salazar llama “el hombre que no deberíamos ser”. Pero como dice el escritor Héctor Abad Faciolince sería hermoso ponerle a una plaza el nombre de Viaje al fin de la noche, pero en ningún caso meter en el callejero a su autor, el colaboracionista nazi Ferdinand Céline. Salvando las distancias, obviamente, que Picasso y Neruda no eran precisamente unos fascistas. Menos controversia hay con la vida del tercer Pablo, Pau Casals, chelista de infinita emoción que murió el 23 de octubre en Puerto Rico, exilio que compartió con Ayala o Juan Ramón Jiménez. Aparte de componer el himno de las Naciones Unidas siempre tuvo Casals un férreo compromiso con la democracia, con los derechos humanos, con la dignidad. La también chelista y directora de orquesta sevillana Beatriz González Calderón le hizo un maravilloso homenaje la semana pasada en la Sala Cero, porque Casals o Clara Schumann son del mundo y Sevilla es el mundo cuando se pone guapa, bella, inteligente, abierta. Podríamos, cincuenta años después, pasar una noche de Pablos (sin alusiones personales) con Els cants des occells grabado en la Casa Blanca ante los Kennedy, con el poema 7 de Los 20 poemas de amor y una canción desesperada y viendo una postal de las meninas picassianas. La vida Pablo. La belleza celebrada y eterna.

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