Fin de año entre Esperanza y Gran Poder

31 de diciembre 2025 - 03:08

Bendita ciudad la que despide el viejo año con esperanza y abre el nuevo poniéndose en las manos del gran poder de Dios. Esa esperanza y ese gran poder de Dios tienen en ella rostros tan familiares como los de nuestros padres, porque nos presentaron a ellos a los pocos días de nacer y crecimos viéndolos en sus templos y en las fotografías de la devoción doméstica; tienen nombres que aprendimos a pronunciar cuando apenas sabíamos hablar; y nos esperan pacientemente allí donde todos los caminos convergen por mucho que nuestras vidas hayan perdido el rumbo. Con el paso de los años se pueden olvidar y perder muchas cosas –hasta la fe– y tomar caminos erróneos; pero no se olvidarán los que nuestros padres nos enseñaron, los que conducen a la Resolana y a San Lorenzo. Y gracias a ello no se apagará del todo el rescoldo de la fe. Hay un puerto al que regresar, un camino que nunca se perderá, un hogar que siempre nos esperará, unos ojos de Madre que siempre nos perdonarán y unas manos de Padre que siempre nos abrazarán.

Cuando unos padres presentan a sus hijos a la Esperanza y al Señor, lo que no obsta que lo hagan a otras imágenes de su devoción (bien lo sé yo que soy tan de ellos como de Jesús Nazareno, del Calvario, y de la Amargura, mis devociones familiares), les están haciendo un segundo, tras el del bautismo, seguro de vida eterna; les están dando la oportunidad de volver a empezar una y otra vez; les han encendido una luz que permanecerá encendida cuando todas se apaguen y mostrado un camino que seguirá abierto cuando todos se cierren.

De esto va ese conjunto de cosas al que llamamos Semana Santa. Un tesoro que conviene no dilapidar, no trivializar, no reducir a las minúsculas proporciones de nuestras torpezas, limitaciones, vanidades y superficialidades. Algo mucho más importante que lo que sucede durante siete días, que vive en lo íntimo de los templos y de los corazones, que sustenta nuestras vidas poniendo cuerpo y rostro reconocibles, queridos, familiares, al Dios que quiso hacerse cuerpo para coger en brazos a los niños y bendecirlos (Marcos 19:13-15), para mirar con amor (Marcos 10:21), para llorar con nosotros y por nosotros (Juan 11:33), para ofrecer un pecho sobre el que reclinarse (Juan 13:23). Mañana empieza el Quinario del Señor. Bendita ciudad, sí.

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