Todo cabe en elecciones. Todo. Dar respuesta a deplorables imágenes como las que en días de mercadillo electoral degradan nuestro estado de derecho, resulta impúdico y desagradable. No. Estas elecciones debían ir de otra cosa. Debián ir de propuestas de gobierno, de proyectos, de compromisos… Los equipos electorales cada vez tienen menor capacidad de análisis y sorpresa. Sólo proponen lamentos y quejíos al son del “y tu más”. Yo, que soy de los antiguos, al menos me hubiera gustado que la contienda electoral definiera el papel que a cada uno corresponde. Al Presidente del Gobierno, el de presidente. Al jefe de la oposición, el de oposición. El primero para defender su gestión de gobierno. El segundo, para criticar y proponer alternativas. Y hablar de futuro, de crecimiento, de recetas contra la crisis. El debate televisivo de a dos fue una excelente muestra de cómo intercambiaban los papeles.

Pero cuatro años pasan pronto, y llega el momento de cambiar voto por análisis y meditación, de manifestar en las urnas lo que durante años defendimos o abominamos. Es momento de juzgar si fue o no acertada la gestión de la crisis económica, la de los precios y la de las eléctricas; si fue adecuado para la independencia del poder judicial el nombramiento por decreto de exministros en cargos de máximo relieve orgánico en el seno de aquel poder; si fue o no excesivo el número de ministros, secretarios de estado y demás; si hubo transparencia en la pandemia y en los desplazamientos presidenciales (no informados por ser “materia clasificada”).

Si debe exigirse responsabilidad política a los efectos revisorios provocados por la ley de garantía de la libertad sexual. Si consentimos las familias que sea el Estado quien decida la educación de nuestros hijos o deseamos conservar esa libertad. Si seguiremos esperando la regeneración democrática prometida: dónde la ley de supresión de aforamientos, dónde la ley de lucha contra la corrupción, dónde la ley de transparencia, dónde la ley de seguridad ciudadana, dónde la ley prometida de independencia del Consejo General del Poder Judicial; dónde políticas territoriales que garanticen integridad y cooperación de las autonomías y la protección de Ceuta y Melilla; hasta cuándo la ausencia de disposiciones normativas que con responsabilidad de Estado impidan pactos de gobernabilidad (parciales o totales) con quienes se enfrentan y quiebran al propio estado; dónde la reforma de la ley electoral…

Este será mi análisis el próximo domingo. Pero cada uno, en ejercicio democrático, debe proponer el suyo, poner en su balanza lo que le fue más o menos meritorio. Y votar. Nos jugamos mucho, y aunque la propuesta, en enésimo disparate, fue cambiar bañador por urnas; y aunque en los previsibles cuarenta grados a la sombra, la preocupación nunca fue la de garantizar el voto a las cinco de la tarde del vecino de Estepa o de Alcaudete: a pesar de ello, estoy convencido que ofreceremos una vez más la imagen de una ciudadanía seria, responsables y preocupada por su futuro. Y votaremos. Seguro. Votaremos.

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