¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Todo un avance histórico

Legalizar el aborto hasta las 24 semanas, como ha ocurrido en Colombia, es confundir el derecho con una escabechina

En los últimos tiempos asistimos a una campaña sistemática de desprestigio político, social e intelectual de todos aquellos (muchos más de los que se suele reconocer) que se oponen al aborto o, por lo menos, no lo consideran un derecho. La técnica, usada por medios de comunicación tanto públicos como privados, es muy fácil: el que se atreve a mostrar su oposición al aborto es tachado automáticamente de ultraderechista o ultraconservador, que es la marca que pintan en la chaqueta de los sentenciados antes de mandarlos al otro lado del cordón sanitario, expresión siniestra donde las haya. Sin embargo, lo diré claro: pienso que la lucha contra el aborto -como contra la eutanasia- es uno de los últimos combates del humanismo frente a un mundo dominado por los logaritmos y la eugenesia. Si se pierde definitivamente -como parece que está ocurriendo- y enterramos la sacralidad de la vida habremos entrado definitivamente en las tinieblas de una humanidad sin hombres.

El aborto, como la prostitución, es un problema extraordinariamente complejo, con una casuística enorme, y lejos de mí convertirme en juez de nadie. También al igual que la prostitución, el aborto nunca desaparecerá del todo, por lo que entraría dentro de lo lógico que el Estado contemplase algunos casos (como el del riesgo de vida de la madre) en los que se pudiese ejercer en las mejores condiciones médicas. Pero de ahí a ese frenesí abortista que parece haberse adueñado del feminismo o de pequeños napoleones como Macron hay un largo trecho. Al igual que Enrique García-Maíquez no pude sentir más que un profundo rechazo ante las manifestaciones de euforia por la aprobación del aborto en Colombia hasta ¡las 24 semanas! Recomiendo al lector que busque una foto de un feto de 24 semanas y, después, reflexione sinceramente sobre si estamos o no ante una realidad distinta (aunque dependiente) del cuerpo de la madre. Hay veces que no hay que recurrir a la ciencia ni a la filosofía para sacar conclusiones sobre estos asuntos. Basta la mirada humana, la misma que puede tener un pastor de Anatolia o una broker de Londres.

Legalizar el aborto hasta las 24 semanas, como ha ocurrido en Colombia, es confundir el derecho con una escabechina. Nos ha tocado vivir un mundo extraño y bárbaro en el que los mismos que lloran ante los cerdos estabulados saltan con alegría caníbal ante cualquier medida que facilite la eliminación de los nasciturus. Todo un avance histórico, como tituló algún periódico.

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