A 3.000 la blasfemia

Gracias a Dios, la crítica y la defensa del catolicismo a veces es bronca pero no va más allá del atropello a las buenas maneras

Sacar una vagina al aire, de talla antinatural, va a costarle a una activista 3.000 euros; ha herido los sentimientos de alguien. La apostasía está cara, pero 3.000 euros de multa por procesionar al Santo Chumino es la pera. Por no decir el higo. Por no decir la hostia. Cuando lo políticamente correcto es presumir de incorrección política se tolera herir los sentimientos de pudientes y peperos, madridistas y culés, de veganos, de taurinos, belenistas y espartoños. ¿Por qué las procesiones deben ser una excepción? La irritación vaginal no la provocó una homilía sino el amago de una disparatada ley del aborto. Protestar contra Gallardón, alto funcionario de una burocracia, hubiera exigido una táctica tan gris como el ministro, nada que mereciese nota de prensa; una algarada callejera de las de todos los días, de 5 a 9. Sin embargo, esas fotos propias de una escena de los Monty Python han logrado que desde 2013 se recuerde su lucha.

No es la segunda ni la penúltima merdellonada que circula por el centro. Cada noche de sábado lo recorre una recua de borrachos, encabezada por un oso peludo vestido de novia, celebrando que uno de ellos pasa por la vicaría echando las muñecas hinchables al vuelo. De la finura de las despedidas de soltera, para qué hablar. Y, en todo caso, una aglomeración lanzando vivas a la talla de un hombre semidesnudo, torturado, sangrante y agonizando no parece el colmo del buen gusto.

A un ataque chistoso solo se le puede responder con otro ataque chistoso, inalcanzable para quien se toma demasiado en serio. Durante décadas los curas llevaron con solemnidad el palio a Franco o a concejales etarras y se indignan al ver por lo que los han reemplazado estas alborotadas. Es verdad que la Iglesia se cansa ya de ser el pimpampum de quienes no replican a los islamistas; pero en Europa la crítica y la defensa del catolicismo sigue siendo un debate, a veces bronco, entre personas racionales, y a los integristas no les cuadra ese adjetivo, tampoco el sustantivo. Gracias al indudable Dios, los conflictos de la grey y la clerecía no van más allá del atropello a las buenas maneras, ni siquiera hay en el ambiente una controversia teológica que llevarse en toda la boca. Despilfarró el biólogo inglés al pagar publicidad en los autobuses de Londres que rezaba impíamente: "Dios no existe, disfrute de la vida", cuando tantos la disfrutan porque creen que sí.

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