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Gafas de cerca
Las del insomnio son horas de gran soledad, y quizá aquellas en las que uno se siente más desprotegido, como si fuera un niño que se ha perdido de sus padres en una calle de una ciudad desconocida, llena de extraños y de algunos monstruos. La radio puede ser en esos momentos una gran amiga; siempre y cuando los presentadores no incurran en el insoportable recurso de meter canciones entre sus guiones y entrevistas. He descubierto que no soy el único al que repele la música en un programa radiofónico que no es musical. A las cuatro de la mañana, Sinatra o Serrat pueden acabar de darte la puntilla en tu inquietante vigilia, llevarte a una insondable tristeza. ¿Manías? Creo que no tanto, o al menos no es esta una solamente mía, según sondeo de vez en cuando. La música, en su momento, y motu proprio.
Tuve suerte, y en Onda Cero estaban dando La Rosa de los Vientos, un magnífico espacio sin cuñas musicales; que yo sepa al menos. Los sábados y domingos de madrugada lo presentan Bruno Cardeñosa y Silvia Casasola, y trata temas diversos: misterio, Historia, investigación. O leen relatos, cosa que me encanta. Anteayer domingo, o ya ayer lunes de madrugada, el asunto que trataron junto a varios profesores e investigadores era cómo el odio, el desprecio, la sorna insana, el insulto más o menos velado y otras formas de ser mala personas abundaban mucho más en las redes sociales que en el trato directo entre las personas.
No es lo que digo un gran descubrimiento: no hay nada más que seguir un “hilo” en cualquier plataforma de estas para comprobar que, cuando nadie nos ve, el canalla de mayor o menor intensidad que todos llevamos dentro surge como un leve demonio de Tasmania, un Torquemada en pijama o una hidra media cabeza. Ahí no estamos a tiro de guantada ni de imputación por delito de odio: sólo pueden censurarnos los moderadores de Facebook, X, Instagram o el periódico que siga permitiendo esos espacios contaminados por tal maldad sin sangre. Son terribles las estadísticas españolas en este tema, según el programa que oí y medio escuché con los ojos como platos: no sólo somos campeones en fútbol. Quién sabe a qué hora me recuperó Morfeo para su causa, quizá solo un cuarto de hora antes de que sonara el despertador. Al menos, me distraje de “los fantasmas terribles de algún extraño lugar” que menciona Antonio Vega en su Lucha de Gigantes. Los sueños despierto pueden ser molinos de viento, cíclopes. Por su parte, los haters (odiadores) de red social son diminutos como una hormiga, como sus mordiscos de insecto atrincherado.
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