La ciudad y los días
Carlos Colón
Tras el Congreso: servir o servirse
Bloguero de arrabal
El poder -esa exacerbación del instinto de supervivencia, tan dañino, casi siempre, tan benéfico, cuando humanista y filantrópico-, suele ser invasor, acaparador, absoluto. No nos está dejando lugar a los que desde la prensa llevamos tanto tiempo sirviéndole de bufones. Nos guiábamos por la máxima: "La única forma de hablar en serio, es hacerlo en broma". Sin saberlo, plagiábamos a Freud: "Entonces el bufón comenzó a bromear en serio, y ahí estaba en su elemento". Nos pirrábamos por ridiculizar al poderoso, ironizar sobre el prepotente, dejar, o eso pretendíamos, en pelotas al emperador con el sarcasmo. Era nuestra manera de sobrevivir, sintiéndonos superiores a ellos. El humor como dardo. ¡Éramos el cuarto poder! Sin presentarnos a las elecciones, nos sentíamos superiores a los electos. Ojos sin párpados, vigilantes siempre. Como los poetas o los místicos, partíamos del lenguaje común para darle la vuelta como a un calcetín, buscando nombrar lo innombrable, afilar las palabras, raspar la capa fósil con la que el uso las había embotado. Pensábamos que cambiando las palabras cambiábamos el mundo. Ya, en las fiestas saturnales romanas, celebradas tras un triunfo militar, sobre el carro triunfante detrás del caudillo iba un esclavo que decía en voz alta al triunfador "recuerda que no eres nada más que un hombre". Y los soldados cantaban canciones burlescas referidas a su general que lo rebajaban a una escala humana absolutamente corriente. En la Edad Media, el bufón podía decirle a su señor las mayores burradas, seguro de que no le iba a pasar nada. Más o menos como le viene sucediendo a este bloguero de arrabal: llevo más de 40 años opinando en los periódicos, y pese a haber dicho 'mis verdades' a todo el mundo, no he sufrido nada más que ligeros rasguños. Pero ahora sí me siento amenazado, porque los políticos, practicando un agonioso intrusismo laboral, ellos son, a la par, bufones y emperadores. Cada vez resulta más difícil superar su entusiasmo en parecer inconsecuentes, contradictorios, mendaces. Ejercen despiadadamente el poder y, al tiempo, con sus torpes ocurrencias se desnudan impúdicamente delante del público. ¡Pobres de nosotros, los tribunicios bufones! Tendremos que elegir entre el silencio o la crónica rosa, tan de moda hoy, incluso en los medios de comunicación más sesudos.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Carlos Colón
Tras el Congreso: servir o servirse
Monticello
Víctor J. Vázquez
Mike Tyson. Morir de pie
Quousque tandem
Luis Chacón
Y el PSOE creó el mundo
Brindis al sol
Alberto González Troyano
La ciudad y su pintor