He de reconocer que por primera vez hay algo positivo que agradecer a Pedro Sánchez. España, durante tres días ha sido un escaparate mundial donde ha brillado el buen hacer de una nación con una gran capacidad organizativa, un elevado nivel de seguridad y una envidiable hospitalidad. A quienes han participado en la organización de esta importante cumbre de la OTAN, incluido el disciplinado pueblo de Madrid, vaya por delante mi más cordial felicitación.

No es la primera vez que lo hemos demostrado, pero Sánchez no nos deja de sorprender. Ha aprovechado esta ocasión con los líderes de los 29 Estados miembros de la Alianza, para mostrar al mundo su cara más inédita. Su especial pavoneo con el presidente Biden y sus sonrisas de lado a lado con todos y cada uno de los Jefes de Estados y primeros ministros con quienes se comunicaba directamente, sin testigo alguno de sus conversaciones, ha sido una estudiada y constante imagen que ha inundado todos los informativos de las televisiones.

Si esta forma de actuar fuera la habitual con los líderes de la oposición, los representantes de las instituciones que no le son afines o con los mismos ciudadanos que sufren problemas de diversa índole, nada hubiera resultado extraño. Lo cierto es que a los españoles nos muestra diariamente su verdadera cara, que ha procurado que desconocieran los egregios visitantes de la Cumbre, con su impostura permanente.

Nuestro visitantes desconocen que Sánchez tiene como hábito despreciar los pactos sobre temas de Estado que le ofrece el líder de la oposición Núñez Feijóo; que su soberbia le impide felicitar a los adversarios que vencen en las urnas a su partido como Juanma Moreno o Isabel Ayuso o que demuestra una gélida frialdad ante el dolor y sufrimiento ajeno, como lo ha hecho ante la tragedia de los inmigrantes subsaharianos aplastados y fallecidos en la frontera de Marruecos con Melilla.

En mi opinión, aun a riesgo de equivocarme, es que estas dos caras responden a una intencionalidad que se ha hecho palpable en esta Cumbre: Sánchez intenta buscar un refugio no menor en alguna institución internacional con sede en EEUU o en Europa. Precisamente su biografía está marcada por sus años como asesor en el Parlamento Europeo o miembro del gabinete del Alto Representante de Naciones Unidas en Bosnia Herzegovina. Si para ello tiene que seguir a pie juntillas los dictados de EEUU, como ha ocurrido con el Sahara occidental o declararse el más belicista de los europeos, llegándole a plantar cara a Putin en la misma Ucrania, está claro que nada le detendrá hasta conseguir su dorado retiro internacional, para disfrutar de una vida mejor que la que le ofrecemos los españoles con nuestro galopante empobrecimiento. Su altivo y huraño gesto y su cada vez mayor distanciamiento de los españoles que le "estorbamos" lo certifican.

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