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El último ha sido Roald Dahl: en la nueva edición de la obra del novelista británico se han borrado o modificado referencias al género, la apariencia y el peso de los personajes. Los albaceas y editores de Dahl, que murió en 1990, justifican los cambios en la adecuación de los textos a la sensibilidad del público moderno. Augustus Gloop ya no es gordo y Mrs. Twit tampoco es fea. Así quedará la cosa hasta que a los herederos de los herederos la hiperestesia emocional les haga pedir las sales cada vez que lean en los libros del bisabuelo antisemita que Gloop es enorme y la sra. Twit, una mala bestia. La literatura, gracias al infantilismo ambiental, acabará siendo un elemento algebraico: concretamente, el conjunto vacío. Que se lo digan a los americanos. En Hamilton County, Tennessee, que a uno le suena a gente recia y sin gilipolleces, Peter Pan también ha sido imputado. Hace unos meses, la comunidad escolar del condado inició una investigación sobre la famosa obra de Barrie con la "sana" intención de determinar si su lectura era o no apropiada para los tiernos infantes del otrora áspero sur. Pienso que por esas calles, no hace tanto, zascandileaba un pollastre apellidado Tarantino y me dan ganas de llorar. El del niño con alas que no quería crecer -ahora la inmadurez es obligatoria- es sólo uno de los 1.145 títulos bajo sospecha en las escuelas estadounidenses. Se han proveído más de 1.500 disposiciones en 86 distritos escolares repartidos por 26 estados que representan casi 3.000 colegios y más de 2 millones de alumnos. Pen America, oenegé fundada hace un siglo y estación términi del país de las libertades que tanto admirábamos, ha elaborado el catálogo de la censura y denunciado la deriva prohibicionista de la escuela USA. Una labor encomiable, aunque me temo que estéril. A Elvira Lindo, que se atrevió a llamar al protagonista infantil de su famosa colección Manolito Gafotas, le cortaron las alas en su amada New York como a Peter Pan en la patria del Jack Daniels: Manolito no podía dormir con su abuelo en el mismo cuarto, ni andar como un chino, Susana Bragas Sucias y el Imbécil tuvieron que cambiar de nombre, la madre no daba collejas y Nicolás no se ponía piripi. A mí me llama el editor americano y le cuelgo el teléfono: "Perdona, pero es que me pillas cagando. O como dirían en tu pueblo, tengo el perrete asomando el hocico".
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