Todos chivatos

Increíble. El minuto de gloria como un derecho universal, aunque incluya cargarse la privacidad ajena

La vida de los otros es una de esas películas que nunca se olvida y que pudimos ver, antes de su gira por las pantallas habituales, en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, al que parece se le va a aplicar una suerte de respiración asistida. Esperemos que recupere toda su salud en la próxima edición. El filme del alemán Florian Henckel von Donnersmarck tuvo el Giraldillo de plata antes de que el Olimpo, o sea Hollywood, le diera el Oscar en 2007. El director pone el dedo en la llaga de la delación y del espionaje, de cómo los sistemas totalitarios convierten a cualquier ciudadano en sospechoso y su vida privada como un asunto de interés público. Tal vez hemos olvidado algunas partes del argumento pero nunca esa sensación de vergüenza colectiva que produce ver cómo el Hombre (con poder) es un lobo para el Hombre (cualquiera) siempre que haya otros Hombres dispuestos a colaborar en la abyección. Lo mejor del pasado es que nos permite respirar con cierto alivio al no sentirnos impelidos por aquello que sucedió sin nosotros en el mundo. Además al pasado, incluso al propio –como con algunos aparatos digitales–, siempre podemos personalizarlo, añadiendo nuestra propia versión de los hechos, más o menos fabulada dependiendo de la imaginación y el narcisismo de cada cual. Mucho más molesto es el presente que nos afecta e incluso nos concierne como sus inquilinos y, por tanto, de alguna manera cómplices de sus avatares. La vida de los otros pudo rodarse por la generación siguiente a los alemanes que sobrevivieron tras el Telón de Acero, de la misma manera que la otra alma alemana, la República Federal, fue ajustando también cuentas con ese Tercer Reich que los había ensuciado a todos. En otra película, El pianista, del muy célebre Roman Polanski, los espectadores nos quedamos con la sensación de que ser un superviviente a veces mancha. Qué terrible el Horror cuando convence a las víctimas de ser culpables de haber sobrevivido.

El otro día mi amiga Marta Carrasco me llamó a gritos, mientras zapeaba perezosa y desmayadamente por la programación de la tele del verano, asustada porque sobre la imagen del plató una banda sin fin daba un mensaje insistente. “Si usted conoce o sabe o se encuentra con algún famoso póngase en contacto con nosotros”. No sé si Marta me reclamó para alarmarse en compañía o porque no daba crédito a lo que estaba viendo y necesitaba una testigo. Increíble. El minuto de gloria como un derecho universal, aunque incluya cargarse la privacidad ajena. El famoso pagando su notoriedad como un mono de feria. Ya que estamos, podrían venirse arriba los mandamases de la Cosa y llamar al programa Delatores. Y de lema: Delate y triunfe. Chívese. Muy vistos ya los supervivientes, tronistas y chilladores de tertulias bajunas, veo ahí un nicho de mercado interesante. Y que nos juzguen nuestros nietos. Si pueden.

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