El cónclave

07 de mayo 2025 - 03:08

Ayer se cumplieron 498 años del saco de Roma, fecha en la que las tropas del césar Carlos, comandadas por el condestable de Borbón, acometieron contra la ciudad gobernada por Clemente VII. Según cuenta el escultor Cellini en su Vida, fue él mismo, desde los altos del castillo de Sant’Angelo, quien abatió al condestable de un arcabuzazo. Lo cual no quita para que las huestes imperiales, sublevadas por falta de peculio, terminaran saqueando Roma, con la destacada intervención de los lansquenetes luteranos de Frundsberg. Por Chamberlin y Norwich, cada uno por su lado, sabemos que el cónclave para elegir a Clemente VII, un papa Médici, resultó particularmente difícil, dadas las inclinaciones cardenalicias, bien hacia la Francia de Francisco I, bien hacia el Sacro Imperio de Carlos V. Hubo, pues, que clausurar a sus eminencias, con dieta de pan, vino y agua, hasta que al fin se decidieron por Clemente, primo de León X, sobrino de Lorenzo el Magnífico.

El cónclave del que saldrá el próximo papa no necesitará que sus eminencias se empareden, socorridos por una breve colación, como entonces exigió el protocolo vaticano. Sí cabe conjeturar que la elección del Papa no es ajena a las expectativas e intereses de buena parte del mundo. La escena de confesionario que protagonizaron en Roma el presidente Trump y el presidente Zelenski no nos dejará engañarnos. Resulta fácil considerar que Clemente VII se equivocó –y en efecto, lo hizo– al escoger el bando francés contra el poder de Carlos V. Sin embargo, el papa Médici, que no era hijo de la desmesura como León X, que no conoció el ardor bélico de Julio II –que no se vio afligido por el ascetismo de Adriano VI–, quizá no dispusiera de muchas alternativas. La Reforma y la separación de la iglesia en Inglaterra ocurrirán bajo su apostolado. Y será el propio Clemente quien corone como emperador a Carlos V en Bolonia. Tanto Chastel como Von Ranke señalan que en aquella encrucijada del XVI el Papa se vio abrumado por fuerzas superiores y antagónicas. Una de esas fuerzas se llamará Lutero.

Rodríguez Villa recogió los testimonios de dicha devastación en sus magníficas Memorias del Saco de Roma. Las graves turbulencias de la Europa barroca acaso principiaran allí, con Clemente VII y Cellini sobre la muralla de Sant’Angelo. No parece que el mundo, en su infinito hacerse, dependa del cónclave actual con el dramatismo de antaño. Y sin embargo, es fácil equivocarse con cualquier pronóstico. Hoy como entonces –lo hemos visto hace poco–, el futuro es un país a oscuras.

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