El lanzador de cuchillos

Se consumó la estafa

Los españoles dispusieron de su voto engañados y, gracias a ello, Pedro Sánchez ha conseguido ser investido

Uno. Se ha consumado la estafa –la tercera acepción del término en el diccionario de la RAE es “cosa que el ladrón da al rufián”–. Los españoles dispusieron de su voto engañados y, gracias a ello, Pedro Sánchez ha conseguido ser investido. Es la suya una investidura legal pero ilegítima porque nace de una monumental mentira. Así que tendremos un Gobierno progresista, solidario y conciliador dispuesto a perdonar las deudas a los ricos, esquilmar aún más a los pobres y levantar un muro que separe a los españoles buenos –los que permitan a Sánchez seguir en el poder– de los españoles malos –todos los demás–.

Dos. Lo escribí la semana pasada: al tribalismo disgregador lo que hay que hacer es derrotarlo y una buena forma de empezar a ganar esa batalla es enchironar a los golpistas catalanes –sí, golpistas igual que Tejero, que, contra lo que se repite sin cesar, nunca fue indultado–. Me agrada comprobar que coincido con mi admirado Fernando Savater, para quien el futuro de Puigdemont debería pasar por una estupenda celda con vistas al patio de la cárcel de Alcalá Meco.

Tres. “¿A quién vamos a creer, a jueces, fiscales y abogados del Estado o a Bolaños y los editoriales de El País?” Savater, en Cibeles el mismo día que se publicaba en El País su último artículo. Puede que en términos absolutos.

Cuatro. Casi todos los oradores de la concentración de Madrid han sido votantes del PSOE. Lo han sido también, y lo siguen siendo, Felipe González, Alfonso Guerra y Emiliano García Page. Tienen un excelente pedigrí socialista Corcuera, Javier Rojo y Elena Valenciano. Fueron ministros socialdemócratas Cosculluela y César Antonio Molina. Lo de negar validez constitucional y legitimidad democrática a la amnistía no es cosa de nostálgicos del franquismo. Salvo que consideremos nostálgico del franquismo –no se lo quitaba de la boca– al Sánchez preelectoral.

Cinco. “Prometo, por mi conciencia y honor (jajajaja), cumplir fielmente con las obligaciones del cargo de presidente del Gobierno (corre, dijo la tortuga), con lealtad al Rey (a Felipe se le nota en la cara que no alberga dudas al respecto), y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado (ni se inmuta el de la fruta), así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros y Ministras (y el de las negociaciones con Bildu y el Beatle indepe). En América, al sujeto que pronunció estas palabras sin que se le moviera un músculo de la cara, lo procesarían por perjuro.

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