NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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La Costa del Sol, ese paraíso de sol y lujo, lleva tiempo escribiendo una novela negra. Tiroteos, cuerpos maniatados en barrancos, y el comodín de siempre: “ajuste de cuentas”. Una fórmula mágica para anestesiar a la opinión pública. Pero la violencia no se queda en la trastienda: sucede en plena calle y cada vez más cerca del ciudadano común.
Lo llamativo no es solo la frecuencia, sino la resignación institucional. Se informa, se etiqueta como enfrentamiento entre bandas, y a otra cosa. ¿Y después? Silencio. Rara vez sabemos si hubo detenidos o juicios. Es como si alguien tuviera interés en que no cunda el pánico ni se dañe la marca turística. No hay transparencia, no hay seguimiento y, lo que es peor, no hay voluntad real de contarlo.
Mientras tanto, se construye el relato cómodo: son ajustes de cuentas entre delincuentes. Pero eso no elimina el riesgo, lo desplaza. Porque hoy son ellos, pero mañana puede ser un testigo, un vecino o cualquier inocente que pase por allí. Ya no se trata solo de estadísticas, sino de una amenaza real que se instala en el día a día.
Porque ya no hablamos de delincuencia local. Hablamos de mafias internacionales: clanes de Europa del Este, latinoamericanos, bandas suecas o belgas. Todos han encontrado aquí su paraíso logístico: buen clima, anonimato, inmobiliarias sin demasiadas preguntas y una respuesta policial que llega tarde o mal. La Costa del Sol es ya una especie de ONU del crimen, un hub criminal de primer nivel que opera desde chalés con vistas al mar.
La normalización de la violencia es alarmante. No hablamos ya de pistolas, sino de fusiles de asalto, lanzacohetes y munición de guerra. Cada semana hay tiroteos en Marbella, Estepona, Fuengirola o Málaga capital. ¿Y seguimos diciendo que “todo está controlado”? ¿A quién quieren engañar? Mientras el vecino intenta dormir, suena otro disparo en la madrugada. Pero no pasa nada: “ajuste de cuentas”.
Lo más grave es que empieza a calar la idea de que convivir con este nivel de crimen es parte del precio por vivir en un sitio “privilegiado”. Como si aceptar la violencia fuera parte del contrato de alquiler. Y si te parece mal, te acusan de alarmista o de perjudicar la imagen de la zona. La omertá inmobiliaria.
Hace falta algo más que operativos puntuales. Se necesita una estrategia seria, recursos reales, y voluntad para cortar el grifo financiero de estas redes. No basta con posar ante la prensa con armas incautadas mientras los narcos siguen operando con total normalidad. Hay que intervenir con firmeza en los cauces económicos, en las estructuras inmobiliarias, en la trazabilidad del dinero negro.
Si no se actúa ya, lo que está en juego no es solo el turismo. Es la convivencia. Es la seguridad. Y es, por qué no decirlo, el alma de esta tierra. No lo olvidemos: el silencio también mata. Y ya está matando, poco a poco, lo que algún día fue la Costa del Sol.
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