Soy bastante perezoso; me cuesta arrancar y soplar la llama de la fuerza de voluntad. También dar continuidad a todo lo que emprendo, la inconstancia es mi pecado capital y se ha llevado por el sumidero proyectos que en mi cabeza sonaban muy bien. A veces quiero ir tan allá que me olvido de lo básico, ya sea en una relación, el trabajo o siguiendo el argumento de una película. Suele pasar que intento protegerme tanto de lo que me hace daño que puedo parecer muy frío y distante, cuando realmente funciono al revés. Y soy bocazas; la mayoría de ocasiones porque intento generar buen rollo, hace reír o restar tensión a una situación, aunque lo que acabo consiguiendo es decir algo inapropiado o hiriente.

Soy despistado y olvidadizo. De esta última tara nace otra: la de moroso (también se me escapa cuando es a mí a quien deben dinero). Seguro que algunas de mis amistades se apagaran por falta de riego por mi parte. Puedo ser tan analítico que no caiga en que lo que la otra persona necesite oír sea una mera frase cariñosa, no mi diván; puedo ser tan intenso que me convierta en un volcán de expresiones melosas que asusten a la otra persona. El termostato de las conversaciones se me escacharra de vez en cuando. Me cuesta mucho hablar de mí si no es por escrito.

Soy un ignorante de bastantes asuntos capitales, pero en una suerte de compensación divina he sido dotado de la habilidad de saber ocultar ese defecto (o quizá sea otro de prepotencia por el que creo tapar mis carencias y lo que consigo aparentar, además de estulticia, es arrogancia). Tengo un poco de agorafobia y a la almohada tomando antidepresivos. Soy un poco cobarde cuando el premio que se avista es suculento. Muy yonqui de cosas absurdas y coleccionista compulsivo. Y se me olvidan las cosas, no sé si os lo había dicho ya.

Esta parrafada venía a cuento de que hoy quería hablar de los que se pasan la vida cacareando sin parar de los demás, bien por vomitar sus frustraciones propias o por lo triste que es su día a día. De los que sabrían acabar de un plumazo con la crisis del coronavirus (la económica y la sanitaria, ¡quién no tiene un amigo con un doctorado en Ciencias de la Macroeconomía Pandémica y a la vez es miembro del Consejo Ejecutivo de la OMS!). De los que generalizan en la crítica al profesorado porque en el fondo envidian sus condiciones laborales y días de vacaciones (como si las oposiciones no fueran públicas, sino un derecho de pernada heredado…). De los que han decidido jugar a Gran Hermano a escala global. Los que detestamos eso, los que no queremos que se extingan las palabras "perdón" y "gracias", debemos cambiarlo dando un paso al frente con la autocrítica. Igual que un niño no leerá si no nos ve a menudo con un libro en la mano. He aquí mi memorándum.

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