Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
MOMENTOS peores ha vivido la humanidad. Pero ninguno en el que la estupidez reine tan universalmente. Veo a los iraquíes asaltando su Parlamento brazo enhiesto y móvil en alto, grabándolo. E imagino a los senadores grabando a César cayendo a los pies de la estatua de Pompeyo, a los fariseos dándose empujones para grabar al Nazareno impidiendo la lapidación de la adúltera, a Robespierre haciéndose un selfie ante la guillotina o a Lenin pasando dos días y una noche -como Mariano, Pedro, Pablo y Alberto- con Susana Griso en el tren que le pagó el Kaiser para que hiciera la revolución. Veo Levántate: All Stars, que lidera la noche del sábado con más de dos millones y medio de espectadores. A su lado Sálvame es La clave de Balbín. Veo la plaga de las despedidas de solteros y -las peores- de solteras. Sigo las informaciones del compañero Jorge Muñoz sobre las policías y guardias civiles que se divierten imitando a strippers en un autobús para celebrar el XXX aniversario de la incorporación de la Mujer a la Policía Local. ¡Toma feminismo! Que alguien les dé el premio Simone de Beauvoir (o más bien el Simone de Boudoir, por aquello de Sade y su filosofía en el tocador).
Lo mejor que se ha escrito, pintado, compuesto o filmado tiene hoy más cauces de divulgación que nunca. El problema es que, muy democráticamente, la estupidez y la grosería también los tienen. Disfrutar de esta accesibilidad de la cultura exige desearla y este deseo sólo puede alentarlo una educación exigente. Es desoladora tanta desnutrición cultural con tantas ofertas de calidad al alcance de la mano. Bastaría que se comunicara la pasión por el conocimiento. Pero el mercado y los pedagogos han decidido que la literatura, la filosofía, el arte o la historia son oropeles innecesarios o todo lo más adornos superfluos. Y deja a la mayoría en manos de lo que le procura un inmediato placer superficial y grosero.
La cultura reflexiva apenas se ha democratizado. Por lo que su disfrute sigue siendo dolorosa y vergonzantemente elitista si se tiene una mínima conciencia social; como hartarse de comer ante una masa desnutrida. ¡Ojalá hubiera hoy un Lorca de La Barraca, un Casal de los conciertos obreros o un Cossío de las Misiones Pedagógicas! Pero la de hoy es otra izquierda, más moderna y progresista, que presume de culo (Griso a Sánchez: "Tiene un culito que, quitando el de Eduardo Noriega…").
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