Es un hecho que la enseñanza reglada en España no vive sus mejores tiempos. Su vigente texto regulador, la Lomloe, además de perpetuar el guirigay de las reformas interminables, introduce preceptos y mecanismos que no parecen ir encaminados a recuperar la coherencia del sistema, sino a proseguir en la deriva de su decadencia. Contra esa realidad decepcionante, acaba de aparecer un manifiesto, redactado por profesores de Secundaria y suscrito por una treintena de nuestros mejores intelectuales, en el que se propugnan medidas que se entienden indispensables para reconducir la educación en nuestro país.

De ellas, me referiré aquí a tres. Tiene que ver la primera con la tentación de capitalizar ideológicamente sus recursos. En ese sentido, los firmantes defienden que la enseñanza no puede convertirse en un instrumento para "adoctrinar y apropiarse de un servicio público fundamental para la sociedad". Atenta contra la Constitución y contra la lógica que las orientaciones morales y políticas de los gobernantes se constituyan en fuente exclusiva que inspire la labor docente. Para evitarlo, proponen la creación de un organismo público, integrado principalmente por profesores, académicos y científicos, que, ajeno a cualquier ideología, ejerza un papel relevante a la hora de afrontar posibles reformas.

Se refiere la segunda al núcleo mismo del acto educativo: la enseñanza ha de ser de calidad , basada en los conceptos nucleares de "esfuerzo, mérito y contenido". El igualitarismo a la baja y la mediocridad terminarán agostando el futuro de las generaciones que llegan.

Resulta fundamental también -y es la tercera- que se garantice la libertad de los profesores para enseñar sus respectivas materias, sin más límite que la Constitución y el Código Penal. El docente no es, ni puede ser, un mero transmisor de consignas. Eso degrada su figura y, al tiempo, envilece su función social.

Otros asuntos, como el necio empeño en ocultar el fracaso o el necesario mantenimiento de las notas numéricas, son igualmente recogidos y analizados en el escrito.

No espero que la sensatez de sus propósitos produzca efecto alguno. Pero, al menos, sí deja constancia de que no todos participamos de tal disparate. Ése, perverso, estúpido y antiguo, de transformar, otra vez, las aulas en púlpitos y los exámenes en confesiones. Cosas del clericalismo de izquierdas, tan temible y tan inútil como el genuino y superado que lo precedió.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios