Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
El desengaño surge cuando tus expectativas no se cumplen, cuando siembras y no cosechas, cuando recibes mucho menos de lo que ofreces, cuando tu sonrisa es respondida con un desaire o un menosprecio. Los ideólogos de la autoayuda siempre recomiendan ofrecer sin esperar nada a cambio; pero esto no deja de ser una excelente y teórica recomendación, ya que en la práctica cuando inviertes una millonada y te arruinas, el desengaño y la frustración hacen acto de presencia de manera natural: si a un perro lo recibes con desdén o a patadas, obviamente se va a alejar de ti. Como reza el refrán, otros esperan peras del olmo y esto es otra contradicción natural.
Existen desengaños políticos, como el que observa cómo el partido al que ha votado no cumple nada de lo prometido; económicos, como ese restaurante en el que has invertido hasta el último euro y no despega; académicos: ese estudiante que sigue suspendiendo a pesar del interés y del trabajo empleado; literarios: esa editorial que apoya lo absurdo; amorosos: te desvives por una relación y comprendes que has empleado demasiado tiempo en algo que no funcionaba porque no había reciprocidad. Y luego está ese amigo que te deja plantado, te traiciona, te da de lado u olvida todos aquellos favores que le has hecho. Y para colmo de males te echa en cara el momento puntual en que le fallaste porque verdaderamente no puedes estar al cien por cien todo el tiempo.
El desengaño y la frustración van siempre cogidos de la mano y ambos perviven y se retroalimentan por simbiosis. Es casi imposible desligarlos. Algunos escritores o pensadores terminan por aislarse como los anacoretas porque no asumen que el mundo sobreviva y avance a duras penas gracias al egoísmo de la sociedad y a la búsqueda infame del hedonismo extremo donde, después del yo, sigue yendo el yo. La falta de empatía, de autocrítica o de sensibilidad impelen a que nunca nos pongamos en el lugar del otro. Luego vienen los golpes de pecho o el postureo ante esos cayucos embadurnados de angustia o la amiga que murió en la miseria. Los buenos corazones no molestan cuando lo han dado todo, simplemente desaparecen con el mismo amor con el que llegan. Pero hay otros, mucho más torpes, que nos alejamos dando un portazo. Y el filósofo se retira para evitar esa amarga etapa consecuente del despecho o el resentimiento.
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