La ciudad y los días
Carlos Colón
Madriguera, homenaje y recuerdo
La esquina
Como en los asuntos que veíamos ayer (precio de los antígenos y gripalización de la enfermedad), la gestión de la pandemia de coronavirus por parte del Gobierno de la nación se ha caracterizado por ser errática, propagandística y desencajada en el tiempo: se precipitaron medidas cuando no tocaba y se aplazaron demasiado otras que eran imprescindibles.
Con dos excepciones. Una, la campaña de vacunación ha sido ejemplar, favorecida por la determinación de los gobernantes y la actitud de una población responsable (en este aspecto, no tanto en el de la interacción social) y poco sensible a los movimientos antivacuna, contemplados aquí como algo extravagante y fuera de juego. Dos, las medidas de acción social y económica encaminadas a paliar las consecuencias del virus, como los ERTE, las ayudas a empresas y autónomos o los subsidios a los más vulnerables, se tomaron en tiempo y forma. Fueron un acierto.
Lo demás fue desacierto, improvisación y destiempo. Después del confinamiento decretado para combatir la primera ola Pedro Sánchez proclamó con aires de acontecimiento histórico: "Hemos derrotado al virus". Vinieron cinco olas más y aún no hemos derrotado las sucesivas variedades. Llevamos prácticamente dos años de pandemia. También justificó algunas medidas extrañas alegando que eran las que aconsejaban los expertos. Incierto: se descartó el uso de mascarillas simplemente porque no teníamos existencias de mascarillas y ahora que no hay problemas de abastecimiento se recomiendan hasta en exteriores, contra la opinión de los expertos, que donde ven riesgo es en interiores. La ministra de Sanidad anunció el verano pasado que se abría una nueva etapa de sonrisas, o sea, mascarillas fuera... hasta que otra ola arrumbó su triunfalismo. El propio Pedro Sánchez se tiró media primavera salmodiando un calendario-promesa (faltan 80 días para que alcancemos la inmunidad de grupo, faltan 79 días, etcétera), hasta que la cruda verdad lo puso en ridículo y enmudeció. Ha sido hábil, eso sí, echando mano de la cogobernanza cuando se trataba de dar malas noticias o adoptar medidas impopulares: ahí estaban las comunidades autónomas para corresponsabilizarse. Ahora las ha convencido para adherirse a la idea, nuevamente peligrosa, de que el bicho va de paso o es poco menos que inofensivo. Está a punto de declararse el fin de la pandemia por consenso.
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