El diciembre de ómicron

El exceso de información no es excusa para omitir lo que corresponde asumir una vez más

Duele la noche. Sobretodo si recibe en vacío, transcurriendo horas como si nada, una tras otra, una tras otra. Al final amanece, y aunque salga el sol, sigue la noche. Es la vida a cara descubierta, la que no deja asomar felicidad si detrás no tiñe el alma de sombras. El claroscuro de los años que pasan. Apenas hay tiempo para dibujar sonrisas que escapen entre rendijas de una vida que cuesta cada vez más consumirla. Días de temor, de no saber en qué barco navegas, de lluvia tras de los cristales, de frío, dentro y fuera, de confusión, de incertidumbre.

Días de soledad. Así pinta el diciembre de 2021 que comienza. Es bueno decirlo. No creamos cada vez que el telediario asoma otra desgracia más, que quienes tratamos de cumplir lo que como ciudadanos del universo nos compete, no sufrimos. Claro que lo hacemos. En la lejanía de quienes hace años crecían y compartían días y juegos contigo. Claro que lo hacemos. Se echa de menos. Todo se sufre. Lo sufre la sonrisa de mis hijos, aquella que hace tiempo escondió una mascarilla. Lo sufre mi hijo, el melillense, el que llevó la pandemia alejado de la realidad que hasta entonces como juventud le correspondía. Lo sufre una familia que quiere dejar de oír a las tres relatos que sólo hablan de enfermedad y muerte, de tristeza y desolación. Aunque sean un número, todas esas almas tenían cara, alma, esperanza y un motivo para permanecer entre los suyos. Pero no pudieron.

Hoy lo llaman ómicron. Mañana no sé lo que podrá ser. Un pasito para delante, un pasito para atrás. En la incertidumbre de no saber quién dice la verdad, el exceso de información no es excusa para omitir lo que nos corresponde asumir una vez más. Aire libre, metro y medio, mascarilla y gel. Volverán videollamadas, mensajes y watsap. De quienes obviaron sus obligaciones, están llenas las salas de hospitales. Supermanes, endiosados, valientes que pensaron, ilusos, que todo era, uno más, un bulo, un engaño. Qué pena que corresponda decir adiós a esta vida por un engaño…

Diciembre, que devuelve realidades que creímos abandonar. Diciembre, que nos abona a una curva siempre en ascenso cuando toca disfrutar del frío de su compañía. Pero también diciembre, que recupera el juicio de pausa y chimenea, de serenidad y reflexión, de orillarte en una esquina donde mirar que pronto volverá una luz que nos permita seguir disfrutando de lo más bonito de este mundo: nuestra vida.

Lo llaman ómicron, pero yo creo que sólo es diciembre, último mes del año. Y que detrás, siempre llega, vendrá la primavera.

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