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Uno acumula ciertos principios o simples dichos que cada año repite como verdades ligeras, sea en su casa, con sus amistades o en el trabajo, en mi caso en el aula de una facultad, un lugar al que los receptores ya vienen fabricados. Uno ha impartido cosas variopintas. Un año, en un posgrado de la CEA, Técnicas de Negociación. Meses después de acabado, al entrar en una cervecería con un amigo, un coro de unos quince exclamó: “¡Suave con las personas y duro con el problema!”. Era para mí: cuantas veces habría yo soltado esto para que aquella clase hiciera de la frase lema (y algo de cachondeo). Entre mis hermanos hay pitorreo con un hallazgo del que me sentí orgulloso... hasta la fraterna guasa: “No hay nada más distinto que dos hermanos”, una indocumentada negación de la tiranía genética, y una propuesta acerca del peso del lugar que ocupas: si eres primogénito, eres la chica o eres un quinto orbitando en una cómoda parcela, como es mi caso. Tú sueltas eso, y lo digo porque lo casco a las primeras de cambio, y el sufrido receptor del fino mensaje seguramente te hablará de valores, de actitudes y formas de proceder que se tienen por estimables individual y socialmente, y que, a lo que vamos, suelen germinar en familia por una lluvia fina, aunque sobre todo mediante el ejemplo de tus mayores. Escribió Fernando Savater en una columna –o eso, que era pollo, deduje yo– que la diferencia entre moral y puritanismo es que la primera es interior y propia, y el segundo se compone de cara a los demás (“Manners are morals”, muy protestante). En el equilibrio entre ambas fuerzas –ser decente y parecerlo– nos pasamos la mujer del César, usted y yo mucha vida. Ya para resignarse a la biodiversidad, meta en la coctelera que hay padres y madres que dan ejemplo y quieren educar en el respeto, mientras que hay otros que se saltan todos los semáforos haciendo ostentación de ello: en vez de “evítalo o defiéndete”, les dirán “tú pega primero, a ver si vas a ser tonto”.
Vivir al lado de dos colegios es una experiencia estadística y empírica de primera mano. Pasados los dulces años de la primera crianza, donde los críos son del todo tu responsabilidad, asistes de libre oyente a cómo en la práctica de hacer de padre y madre hay “negros, rojos y azules”, como marineros y “hombres de poca niñez” había en la cubierta del Playa Girón al que cantaba Silvio Rodríguez. Hay quienes, ante un semáforo en rojo, esperan, y quienes sólo lo esperan si les va una cadera o un entierro en ello... momento en el que declaman un civismo de garrafa, más para otros viandantes que para sus cachorros, con no poca pompa. Y así todo. Y así después todo. En aquellas clases era común otra máxima, que resuena veterotestamentaria: “Ante el suave en todo, gana el duro siempre”.
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