En las elecciones presidenciales de 1992, el presidente George H.W. Bush parecía imbatible debido a sus éxitos en política exterior. El fin de la guerra fría y la Guerra del Golfo Pérsico habían elevado su popularidad a un histórico 90%. El estratega de la campaña de Bill Clinton, James Carville, decidió contraatacar centrando la campaña en los asuntos que más afectaban a la vida cotidiana de los ciudadanos y a sus necesidades. Para ello, colocó en las sedes de campaña un cartel con tres puntos: cambio frente a más de lo mismo; la economía, estúpido y no olvidar el sistema de salud. El segundo, transformado en el repetidísimo ¡es la economía, estúpido! acabó instalándose en la cultura política. Clinton ganó las elecciones por 370 votos electorales frente a los a los 168 de Bush (padre).

Recuerdo algo tan conocido porque, a casi un año de nuestras elecciones generales, no parece que el asunto decisivo vaya a ser precisamente la economía. A pesar de que el gobierno haya tenido que hacer frente a las peores crisis de las últimas décadas. Superando con éxito, con medidas intervencionistas que salvaron empresas y empleos, la paralización de toda la actividad productiva durante el largo confinamiento; de tener que hacer frente a las graves consecuencias de la guerra de Ucrania y sus daños colaterales sobre los precios y la inflación; de poner en marcha medidas para mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables, impulsar la transición ecológica y digital y aprovechar los fondos europeos para modernizar el País o aprobar los distintos presupuestos anuales ( Rajoy los prorrogó durante tres años) y sacar adelante decenas de leyes. Con sombras, y algunos graves errores, supone todo un éxito que no se hayan cumplido los apocalípticos pronósticos de la derecha político-mediática y su coro de expertos.

Según un informe del CSIC, del sociólogo Luis Miller, en España no estamos polarizados en asuntos de políticas públicas, como la sanidad, los impuestos o los servicios públicos en general, sino en cuestiones de carácter identitarios, ideológicos y territoriales. Un contexto poco propicio para situar, como recomendaba James Carville, la agenda socialdemócrata en el centro del debate electoral. Si, además, los socios de gobierno se enzarzan en estériles polémicas, sobre asuntos ajenos a las verdaderas preocupaciones y necesidades de la ciudadanía, la cosa no pintará bien para la izquierda.

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