El lanzador de cuchillos

Lo de la enfermera gaditana

Lluís Llach ha entregado a la pobre becaria a la jauría cibernazionanista para que ésta la despelleje

A ver, la chica es una pobre criatura, que se ha visto en la obligación -el signo de los tiempos- de mostrar su zafiedad en el proceloso mar de las redes sociales. El vídeo con el que ha alcanzado una dudosa fama es el de una tardoadolescente simplona que, como ha escrito Josep Martí Blanch, se empeña en enarbolar con orgullo la bandera de la ignorancia, pretendiendo que su estulticia sea una virtud digna de ser celebrada. Nada que no hayamos ya visto en centenares de grabaciones de las que cuelgan en TikTok otros chavales atolondrados y exhibicionistas como ella.

El problema no ha sido tanto el vídeo, que habría pasado perfectamente desapercibido de no haber hecho centro en la diana de la lengua sagrada -el puto C1 de catalán para poder ejercer como sanitario en el sistema público autonómico-, sino la sobrerreacción de los guardianes de las esencias cuatribarradas de Sigfredo el Velloso. El soberanismo, como si fuera un defensa argentino de los setenta, ha respondido al empujoncito de la chiquilla con una entrada a la rodilla con los tacos por delante. Tampoco esto es nada nuevo. Acuérdense de Quimi Portet, el tipo de las Rayban que acompañaba en El último de la fila a Manolo García, y que colgó en internet la fotografía de un camarero gallego de un ferry de Baleària que no le entendió cuando se dirigió a él en el idioma de Ramón Llull.

Entre los valientes que le han echado cojones a la joven enfermera -enana negra del sur la habrían llamado los herederos de Sabino Arana de haber hecho las prácticas en el hospital de Basurto- destaca otro músico del terruño catalufo: el inefable Lluís Llach. El viejo comunista ha entregado a la pobre becaria a la jauría cibernazionanista para que ésta la despelleje, y no contento con ello, mostrándose ya sin complejos como un auténtico miserable, ha procurado que la expedienten, la echen del trabajo y -a ser posible, a estacazos- la saquen también de Cataluña. Al escritor aragonés Sergio del Molino, el cantautor metido -desde siempre- a político le ha decepcionado: "Algunos nos creímos que le importaba de veras la libertad, y aquí está, acosando vilmente y exigiendo que repriman a una ciudadana por ejercer su libertad de expresión. Del antifranquismo al franquismo". No, estimado Sergio, a este tipo nunca le interesó la libertad, sino imponernos la dictadura de los suyos. El antifranquismo fue el burladero tras el que se parapetaron muchos enemigos de la democracia.

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