Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
Habla Marga Sánchez Romero en Lo que el cuerpo nos cuenta de unos hallazgos de la Edad del Bronce realizados en Europa Central. “En un momento determinado –explica–, las mujeres empiezan a usar pares de anillos unidos por una cadena que se sitúan entre las piernas, a modo de esposas”. Y no pensemos que se trataba de algún tipo de ritual funerario, porque hay pruebas de que los llevaban puestos siempre. La imagen impacta porque es una evidencia brutal de que a la mujer se la consideraba, hace ya 3.500 años, ganado estabulado.
La práctica se coloca en un extremo, en efecto, del dominio y la dependencia. Pero hay muchos estadios intermedios. Probablemente hayan recordado el vendaje de pies que se realizaba en China. A él sólo se sometían las mujeres de las élites y, aunque se ha vinculado a algún símbolo erótico, no es descabellado que se asociara a la movilidad. Si apenas puedes mantenerte en pie, pocas labores puedes realizar más allá de las que se hacen con las manos: bordar y tejer, por ejemplo.
Nuestros tacones serían la versión 4.0 de esta gran línea temporal que viene a decirnos que el mejor papel de una “mujer de valor” (guiño guiño) es callar y ser bella, visiblemente incapacitada para huir. Ser, en efecto, un objeto de mercado, cuanto más inútil –cuanto más inutilizada–, más preciado. No es otra la prédica que farfullan todos los “hombres de valor” y niñatos imberbes varios.
Los tacones son, desde luego, la actualización que primero se nos viene a la mente. Pero no es la única, ni la más absurda. Entre los modos y modas recientes están –ya lo saben, lo habrán visto– la de llevar unas uñas desmesuradas y relucientes. Postizas o no, un tipo de zarpa que únicamente osaban sacar a pasear las vampiras de serie B y aledaños (hola, Elvira).
Nunca me han gustado las uñas largas porque, francamente, son un incordio: fastidian, no puedes hacer nada con ellas. “Llevas las manos de una chacha”, me repetía mi madre a menudo, mirando mis dedos romos. Mi excusa perfecta era decir que me molestaban para teclear pero, realmente, son un engorro para todo lo que no sea posar, proclamando al mundo tu condición de élite estabulada. De “mujer de valor”. Que parece mentira que no sepamos de qué va todo este rollo, más viejo que el hilo negro, de los looks pornificados a lo Kardashian y del “qué os pasa con el rollo trad wives y las entregaditas a su cari, envidiosas”. Que se nos quiere con uñas, pero sin garras.
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