Que Jordi Evole, a estas alturas de la fiesta, se dé cuenta que Pedro Sánchez le ha utilizado, dice poco de su profesionalidad (el término “nos” que utilizó lo de “mal de muchos”…). Sánchez no tenía nada que perder. Había engañado una y otra vez a los ciudadanos, había despreciado una y otra vez el sentir mayoritario de la población, había incumplido una y otra vez sus múltiples y variadas promesas… si a ello unimos que Tezanos le sigue dando como ganador, pues tenía poco que perder. No era una gran exposición, y a cambio, los retornos podrían ser, cuando menos, los de su propio equipo socialista, altamente deprimido con los resultados de las municipales. Las elecciones de mayo propiciaron como conclusión la necesidad de un nuevo líder. Era evidente que Pedro dejó en aquella batalla su propio liderato, o al menos, la legitimidad de sentirse el primero de la fila. El silencio hizo mella, un silencio sólo justificable por la cercanía de la convocatoria electoral. Pero, como decía Fraga, en política las victorias son efímeras y las derrotas, provisionales, y Sánchez, cual peregrino de la Meca, ha recorrido las fuentes de información (casi todas las que quedaban a su derecha y algunas de mano izquierda), con una sola misión: recuperar credibilidad a costa del propio entrevistador.

Creo que nada captaron sus entrevistadores que, en la mayoría de las ocasiones, sucumbían a las trampas de Pedro. Para obtener esa victoria sólo era necesario, como hizo, faltar al respeto y a la consideración personal del de enfrente, atosigando continuamente, no dejando hablar, no contestando a las preguntas… “Yo he venido a hablar de mi discurso”, transmitía. Nada más. Una y otra vez, Pedro interrumpía, evitaba que le cuestionaran… sólo un peloteo dialéctico donde el “y tu más” llegó hasta tiempos de José María Aznar, llevándose por medio a Adolfo Suarez y criticando a la propia Transición, al presidente del Constitucional, etc.

Cuestiono que los entrevistadores no andaran un poco más avispados para interrumpir sus meditadas y milimétricas intervenciones, ya que ninguna se sometía a lo que solicitaban. Y cuando uno no responde a lo que se le entrevista, no se puede pasar a la siguiente pregunta. Aunque el tiempo en comunicación valga mucho. Pasar a otra significó para Pedro la enésima oportunidad de decir lo que le venía en gana, lo que a la postre era introducir una mentira más y una pírrica victoria ante quien en esos medios días antes criticaba duramente sus cuatro años de mandato. Y eso, para quienes viven en la política, era tocar arrebato. Le sobró teatro. Le faltó contenido, y lo que es más importante, credibilidad. El ciudadano es difícil engañarlo con cuatro frases cuando tocan elecciones. Nuestra democracia es madura. Los ciudadanos, también. No bastan promesas o justificaciones. El intento, fue bueno, no quedaba otra después del fracaso en las municipales. Pero Pedro difícilmente puede ser imagen ni voz de lo que nunca debió abandonar una socialdemocracia. André Suarés, poeta y crítico francés, decía que “en política, la sensatez consiste en no responder a las preguntas. La habilidad, en no dejar que las hagan”. Seguro que Sánchez estudió su obra cuando contrató las entrevistas...

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