El espíritu de Ozu

17 de marzo 2011 - 01:00

Aquienes amamos el cine de Ozu no nos ha sorprendido la serena, solidaria y cívica reacción del pueblo japonés ante la tragedia en tres actos -terremoto, tsunami, Fukushima- que les ha afligido y aún les amenaza. El gran arte siempre nos permite conocer lo mejor de las entrañas de pueblos lejanos en el tiempo, el espacio o la cultura. Ozu nació en 1903 y murió en 1963. Imagínense si vivió vidas distintas en un Japón cambiante. Cuando nació hacía ya 35 años que había comenzado la democratización y modernización de la era Meiji. Cuando tenía un año comenzó la expansión imperial con la Guerra Ruso-japonesa que conduciría a la Segunda Guerra Ruso-japonesa (1937), el ataque a Pearl Harbor (1941) y la derrota tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Ozu tenía entonces 42 años. El resto de su vida la vivió bajo la ocupación norteamericana (hasta 1952), asistiendo a la asombrosa recuperación económica y contemplando con melancolía cómo el precio del éxito económico y la segunda industrialización barría formas de vida tradicionales.

Ozu no amó ni el Japón militarizado ni el moderno. Pero tampoco sintió nostalgia por el tradicional anterior a la era Meiji. No rodó películas de samuráis o de época. Su mundo más amado era el Japón que había alcanzado un equilibrio entre democracia, desarrollo, progreso y valores personales y familiares tradicionales. Se convirtió en el Chardin -ya que tenemos su espléndida exposición en Madrid- de las clases medias japonesas, silencioso retratista de interiores, fino observador de los cambios en las relaciones familiares, amoroso recopilador de costumbres que se estaban perdiendo, sobrio cantor del sacrificio, la contención emocional, la entereza, el sufrimiento y la alegría de personajes comunes que vivían existencias vulgares. Comunes y vulgares para quienes carecen de la sensibilidad, capacidad de observación y respeto humano del realizador, que en ellas descubría la belleza de lo cotidiano y la grandeza de lo humano.

Quienes amamos el cine de Ozu temíamos que los valores que retrató ya no existan. En 1985 Win Wenders -para quien Ozu representa la esencia del cine- se lanzó en su busca con el documental Tokyo-Ga. Sólo lo encontró en las conmovedoras entrevistas que realizó a su director de fotografía y su actor favorito, dos ancianos. El Japón de Ozu ya no existía. La respuesta que el pueblo japonés está dando a estas tragedias, asombrando al mundo, demuestra que se equivocó. Algo del espíritu que Ozu apresó en sus películas vive todavía. El gran arte, por dar forma a la verdad, siempre tiene razón.

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