No es que la práctica política no se base ya en los antagonismos ideológicos sobre modelos económicos, fiscales o de gasto. Sobre seguridad, defensa o inmigración. Sobre gestión pública o privada de los servicios públicos. Si es mejor pagar impuestos o si ese dinero está mejor en el bolsillo del contribuyente, aunque los servicios básicos estén infra financiados. Ya no se trata tanto de convencer al votante de las ventajas y los riesgos de las distintas opciones: el empeño ahora es convencerlos de que la verdadera amenaza para la sociedad es el adversario. La conclusión a la que quieren que llegue el ciudadano es que para ser felices en la tierra prometida tendremos que eliminar al adversario. No es nada original, eso mismo se les ocurrió antes a otros: no hace falta ir más allá de la primera mitad del siglo pasado para encontrar aciagos antecedentes que acabaron en inmensas tragedias. Es el espíritu de la época, el fantasma que vuelve a recorrer el mundo.

Por poner ejemplos de estos días: la señora Arrimadas afirma que el presidente del gobierno es un aprendiz de dictador al que hay que parar los pies. Recurro a una voz moderada -el catálogo de exabruptos de los inmoderados sería interminable- porque resulta muy significativo que quien se autoproclama el centro político se exprese en tales términos. A mi tampoco me gusta la supresión del delito de sedición y aún menos la reforma de la malversación, no porque tales cambios no puedan ser convenientes, sino por lo inconveniente de las razones por las que se plantean. Lo verdaderamente insólito es que para Arrimadas unos cambios en el Código Penal puedan conducir a una dictadura. Si quiere saber lo que es un dictador de verdad, no tiene más que mirar a nuestro reciente pasado.

No menos insólito es que Feijóo diga, a estas alturas, en un incalificable ejercicio de cinismo que su bloqueo a la renovación del Poder Judicial es para protegerlo del presidente del gobierno. Aunque todo el mundo sabe que desobedece obstinadamente la Constitución para mantener de forma ventajista la actual mayoría conservadora en el Poder Judicial. Que, por cierto, tampoco tiene el menor pudor en actuar según la voz de su amo. Ante tanto descaro, parece justificado el cambio propuesto para modificar los quorum exigidos, en el propio consejo, por la ley del CGPJ. A pesar de que el cambio, en otras circunstancias, pueda volverse en contra de quien lo propone.

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