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La aldaba
Tuvieron tiempo, todo el del mundo, para legislar, preparar una normativa específica para las pandemias, un texto que sirviera de verdad para hacer realidad ese término con el que al presidente se le llena la boca: la cogobernanza. Oyes a Pedro Sánchez pronunciar el vocablo y te recuerda al muy avieso Zapatero con la "paz" todo el día en la boca, o al encumbrado Aznar con el "váyase" dicho con el desdén engolado de niño del barrio de Salamanca. Pasaron meses de encierro y de limitaciones, pero nadie se dedicó a la ley que más urgía en España. Una ley que hubiera evitado el follón actual de tribunales de justicia que deciden sobre el toque de queda en un sentido en una comunidad autónoma y en el contrario en la de al lado. Un desastre, un gazpacho, una peligrosa incertidumbre. Pero no, aquí lo importante no era legislar para preparar la larga lucha contra el virus. Lo sustancial era sacar adelante una ley de educación y una ley de eutanasia. Todo el mundo estaba pidiendo a gritos esas leyes cuando nos despertábamos con casi mil muertos al día, sufríamos el estruendo de los persianazos definitivos de muchos negocios y nos abrazábamos (y aún seguimos) a los Erte como tabla de salvación y tratamiento cosmético de la economía. Aquí se trataba, ¡qué sonrojo!, de promover la cultura de la muerte. Sí, la cultura de la muerte porque no se garantiza la calidad de vida que requiere el que libremente decide seguir en este mundo. Claro, eso costaría muchísimo más dinero. Y lo bueno es fomentar aquello tan viejo del vivo al bollo y el muerto al hoyo porque "lo cierto es que la criatura ya no quería seguir en este mundo en estas condiciones". Ala, los deudos a dormir con la conciencia tranquila gracias al Gobierno de España presidido por el jefe del Ejecutivo que menos diputados ha tenido nunca. Y, cómo no, todos anhelábamos, suspirábamos y clamábamos desde los balcones por una nueva ley de Educación. Nadie pensaba en otra cosa en los días del ilegal estado de alarma. España estaba en su mejor momento para abrir un debate de esa importancia en un asunto en el que nos seguimos tropezando una y otra vez en escasas décadas de democracia. Una ley sin consenso, que promueve al mal alumno, que debilita a los inspectores y que tuvo por promotora a una ministra de triste recuerdo y a la que Sánchez ya ha tirado por la borda. Ministra clínex como el astronauta o el juez que se comió el sapo de los indultos y que ya está de vuelta al despacho. Que le vaya mejor con la toga al tal Campos que como ministro-tragaldabas. Seamos felices, nos podemos morir y los alumnos pasar de curso con suspensos. Calidad de vida se llama. Dicen.
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