Pilar Vera

pvera@diariodecadiz.com

fantasmas del futuro

Una de las interrogantes es qué pasará con el turismo, ese Melkart al que hemos sacrificado los primogénitos

Para nuestros antepasados de entresiglos, la realidad también cambiaba a un ritmo frenético. Como ahora, como pocos momentos antes, el tiempo se aceleró, y asomarse a lo que podría ser el futuro era una invitación a lo imposible. Un ejemplo de este espíritu inestable, burbujeante, lo tenemos en las ilustraciones Jean-Marc Côté: rescatadas por Asimov y aparecidas por primera vez en cajetillas de puros y cigarros, nos muestran una idea decimonónica de lo que sería el año 2000. Hay imposibles de fantasía, como las carreras bajo el mar, e imágenes dignas del steampunk, como los bomberos apagando fuegos con alas de murciélago o una noche en la ópera digna de El Quinto Elemento. Pero también vemos aproximaciones sugerentes: una Rumba, una videollamada, tractores teledirigidos, una obra en la que sólo trabajan máquinas bajo un panel de control o lo que parece un tren magnetizado.

En nuestra época, proyectar cuáles podrán ser nuestras rutinas del futuro te convierte inevitablemente en un mal imitador de Côté pero lo cierto es que un ejercicio casi inevitable, dado que el cambio de sentido nos está pisando los pies. Uno de nuestros mayores interrogantes al respecto es qué pasará con el turismo –ya saben, ese Melkart al que hemos sacrificado los primogénitos–. Emisiones de carbono mediante, parece que nos tocará despedirnos de los vuelos a 60 euros o de los trayectos en avión a larga distancia. No es difícil pensar en un escenario en el que viajar vuelva a ser algo destinado a las élites –como cuando el tour era algo que hacían los potentados alemanes e ingleses o ir de crucero parecía algo selecto–. Una realidad que sería insuficiente para alimentar a la hidra del desarrollismo turístico que campa ahora por nuestros fueros. A eso, añadámosle un alza de temperaturas continuada que haga virar las preferencias hacia el norte ante un termómetro inasumible.

La mayoría nos sumergiremos, imagino, en las delicias del metaverso, que evolucionará hasta hacernos sentir que estamos rozando con los pies la arena de Cayo Coco o sintiendo el vértigo de un fiordo noruego. Nuestro derecho inalienable a un pedazo de paraíso. Queda preguntarse si eso es también en lo que terminaremos convirtiéndonos nosotros, tras haber evolucionado a parque temático de Europa: en un holograma (intensivo, inmersivo, perfecto) de la ciudad de Antigua para quien quiera verlo mientras que, quienes quedemos, habremos de lidiar con un Marina D´Or abandonado.

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