Atravesamos la la segunda quincena de agosto, el ferragosto de los italianos y la no feria de los malagueños. Me gusta lo de no feria, parece sacado del neolenguaje preformativo. Define una feria de baja intensidad, para sobrellevar la ausencia de la desbocada sí feria. Esa forma de negación de la realidad que nos propone nuestro ayuntamiento, para paliar la ausencia de las fiestas mayores en estos tiempos de pandemia y de mascarillas, en realidad la aplicamos a otras muchas cosas. Lo hacemos, por ejemplo, cuando, en palabras de Víctor Lapuente, en lugar de "entender la disputa política de forma fría y racional, la convertimos en un envite galáctico entre las fuerzas del bien y del mal", de forma que desnaturalizamos la democracia y la esterilizamos: en las últimas semanas presidentes autonómicos han vuelto a reclamar la necesaria reforma del sistema de financiación autonómica pendiente de revisión desde 2014, tras cinco años en vigor. Pero como la inestabilidad y la polarización hacen imposible en la práctica un acuerdo en un asunto, ya de por si extraordinariamente complejo, quizás sería mejor hablar del no modelo. O, para ser más preciso, de la no política. Qué es sino hacer imposible cualquier solución a problemas, tan acuciantes para nuestra democracia, como la renovación de los órganos constitucionales o asuntos territoriales como el ya mencionado. O imposibilitar el imprescindible consenso en temas de tanta trascendencia para nuestro futuro como la recuperación económica, la aplicación de los fondos europeos o la inmigración. Si hemos convertido la política en un campo de batalla -ya sean asuntos tan sensibles como el de los menores no acompañados de Ceuta o chorradas como las zapatillas del presidente- confundiéndola con la suerte de varas en los toros y al parlamento con las corridas de la no feria, sólo hay no política.

A propósito de lo que no es. El asunto que más ha polarizado y enervado la política nacional fue la declaración de independencia de Cataluña. El secesionismo acuñó el acrónimo DIU para banalizar un hecho de naturaleza violenta, como plantear una confrontación abierta con el Estado, y lo hizo con tanta fortuna que el periodismo de información y de tertulia de todo el país lo hizo suyo. Como algo que es y a la vez no es, el próximo octubre el secesionismo catalán conmemorará otro aniversario de la no declaración de independencia. Me quedo con la no feria.

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