Un filósofo en Andalucía

Es momento para prestar atención a Manuel Barrios Casares, que ha logrado llenar ese hueco que permanecía libre

Parece extraño y sorprendente que se pueda hablar de la producción filosófica de alguien nacido o residente en Andalucía. Quizás porque en ningún otro lugar de España ha funcionado de forma más estricta ese maniqueo reparto de prejuicios y estereotipos que se impuso desde el siglo XVIII. A los andaluces, en este reparto cultural, se les asignó un claro cometido en la vida intelectual y pública y les tocó en suerte disponer de talento y facultades como creadores en los diversos campos del arte, tanto popular como culto. Y, en efecto, supieron interpretar en muy distintos escenarios, no solo dentro de su tierra, también exhibiendo buenas dotes por doquier y, con frecuencia, obteniendo clamorosa acogida. La lista de triunfadores podría ser muy larga, unas veces por méritos muy trabajados, y, otras, gracias a la ayuda de ese misterioso duende -un valor innato nada fácil de creer y explicar- que según parece ha acompañado a una amplia gama de artistas y escritores andaluces. Pero, en este reparto, para posibles filósofos no quedó ningún hueco. La filosofía exige una dedicación reflexiva y una disciplina muy distinta a la inspiración y retórica que prevalecen en la creación literaria y los escritores andaluces han optado por cultivar, en los últimos siglos, la novela y la poesía como sistemas expresivos más acordes con sus gustos y caracteres. Ni siquiera el ensayo, un género tan próximo a la filosofía, ha contado con continuadores para que se pudiese hablar de un ensayismo específico y arraigado en estas tierras meridionales. Por descontado que las facultades y departamentos de filosofía de las universidades andaluzas cuentan con una producción valiosa, pero rara vez sus títulos traspasan el umbral del mundo académico al que van dirigidos. Es momento oportuno, por tanto, para prestar la mayor atención a Manuel Barrios Casares, el filósofo andaluz que ha logrado llenar, con creces, ese hueco que permanecía libre. Sin que eso signifique que en el panorama de la filosofía española no contase ya con un espacio preferente. Una producción ya avalada por muchos títulos, escritos como es habitual en él con sabiduría, modestia y en silencio. En estos días, precisamente, acaba de publicar una edición, traducción y notas de Nietzsche en Basilea Hugo Ball (El paseo), en la que, una vez más, se muestra como un consumado nietzscheano. Y también ha editado La vida como ensayo (Athenaica), un libro centrado en Kundera, Benjamin, Ortega, que seguro que despertará un nuevo interés por el ensayo como forma de abordar ese difícil mundo de las investigaciones en Andalucía.

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