El fin de la abundancia

¿O no lo ven las élites o planean limitar de algún modo la soberanía popular? Esa es la cuestión

A los periodistas de raza la inteligencia se les nota en las preguntas. Berta González de Vega me planteó cómo es posible que, tras el Brexit y Trump, los políticos oficiales sigan haciendo idéntico discurso de desprecio profundo a las clases populares. Por ejemplo, Macron advirtiéndonos de que hemos llegado al fin de la abundancia.

Lo hace desde el glamour que le acompaña. Como aquél (éste) que quiere que no cojamos el coche, pero él va del helicóptero al Falcon, pasando por el Audi. Es difícil que ante discursos así no se alcen lo que ellos llaman "populismos" y que sería más adecuado llamar "defensa propia".

Porque no sólo es la incoherencia, sino la consecuencia. El empobrecimiento que preconizan (casi con alegría: "No tendrás nada y serás más feliz") no les salpica y responde a medidas tomadas por ellos y que se niegan a rectificar aunque se hunda el mundo. La crisis energética tiene raíces políticas, como la inflación, la escasez de alimentos, la inmigración ilegal, el gasto público, la presión fiscal o la caída de la natalidad.

Tienen ojos (y asesores y hemerotecas) y no ven. Trump ganó gracias a la resistencia de las gentes corrientes a ser los paganos de la agenda oficial. Pero ellos insisten en pasarnos la agenda y la factura. Por eso, uno de los puntos candentes de la política actual va a ser la capacidad efectiva de decisión de la voluntad popular en las decisiones concretas. Que el espantajo del "populismo" no nos despiste. Lo vio venir sir Roger Scruton: "El populismo es la palabra usada por los progres para describir las emociones de la gente cuando no tienden a la izquierda".

No es casualidad que Giorgia Meloni en Italia haga llamadas a escuchar a todos y que, en España, Santiago Abascal reclame más poder de decisión del cuerpo electoral. Tampoco es cinismo. Es el convencimiento de que las personas votarán contra quienes quieren imponernos pobrezas, prohibiciones, proclamas y proyectos que no son los nuestros.

¿Están los políticos oficiales tan cegados por sus propios prejuicios ideológicos que no ven la creciente e inevitable desafección del votante medio? En Chile, han sido las clases populares las que han rechazado la constitución revolucionaria de Gabriel Boric, mientras que las rentas altas la han votado alegremente. Pero las clases populares son más. ¿O no lo ven las élites o planean limitar de algún modo la soberanía popular? Esa es la cuestión.

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