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21 de noviembre 2025 - 03:08

Añoro los años de trabajo, ya que los desempeñaba con gusto. Suele ser un lugar común considerar que es una suerte trabajar en lo que te gusta. Uno se levanta con alegría y determinación.

También es cierto que hay rachas en las que uno no puede más y seguramente estás a punto de tirar la toalla, porque compruebas que la administración en lugar de facilitarte la vida te va poniendo trabas y zancadillas.

Por otro lado, se encuentran los padres y madres que te rodean y te hacen la vida totalmente imposible, tanto o más que los hijos que no han sabido educar y que tienes que aguantar con sus insolencias y faltas de respeto, porque, al mismo tiempo, la política actual protege al menor por encima de todo, aunque este sea un pequeño psicópata y te esté haciendo la vida imposible a ti y a todos sus compañeros y compañeras. Y todo el mundo delega en ti, solo en ti, la responsabilidad de reconducir a ese pequeño salvaje o a ese adolescente que le falta un segundo para poder darte un puñetazo.

Entonces el estado te hace responsable incluso de ese ojo morado. Luego vas y denuncias y sales perdiendo. No tenías que haberle dicho que era un maleducado. Lo enfadaste y te pegó. La culpa fue tuya, que eras la profesora. Algo parecido le ocurrió a M.S. Yo pondría a dar clases a Pedro, Yolanda, Santiago o a Alberto. O al vecino ese que siempre te dice que qué bien vivís los profesores.

Como buena esponja, absorbo todo lo que le acontece a mis compañeros y lo padezco. Al mismo tiempo, el sistema, ese ente abstracto que te descuartiza, te obliga a centrarte en esos chicos díscolos y dar de lado a esa amplia mayoría que se esfuerza y trabaja. Es el reflejo de la sociedad. Se ignora al que quiere superarse y se centra en el que estorba y no desea progresar.

Parece que ser bueno lleva implícito también ser injusto, ya que no es justo que se premie al que no quiera trabajar. La fábula de la cigarra y la hormiga se ha invertido. Pero claro, todo tiene su lado escabroso puesto que hay algunos sinvergüenzas que viven del cuento: los que viven, chupan y se aprovechan de los trabajadores. Esta es nuestra raíz y nuestro perpetuo retraso en todo.

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